¿Sabes odiar?
Columna de opinión de Wilda Rodríguez.
Odiar está de moda. Saber odiar se ha vuelto indispensable para promover tus opiniones, defender tu ideología, proteger tus creencias. Si sabes odiar no necesitas argumentos, razonamientos, ni siquiera inteligencia. Solo saber odiar y saber divulgar tu odio en las redes, en blogs, en podcasts, en columnas o en sencillas conversaciones. Se requiere amplio conocimiento de insultos, ofensas, burlas, vejaciones y menosprecios.
En la era en que las opiniones de ilustrados e ignorantes son igual de respetadas, odiar es componente imprescindible de la comunicación social. Quien se niega a aprender a odiar está en desventaja.
¿Sabes odiar? Pues te dirán que aprendas o te quedes atrás con nosotros los que nos negamos a cultivar el método.
Indignarte no basta. Tienes que acompañar la indignación con un odio profundo. Tienes que aprender a aborrecer y despreciar con rabia. Y sentirte superior al hacerlo. Ser un odiante magnífico frente a los mortales blandos y pusilánimes de espíritu.
Todos hemos sentido odio alguna vez, por supuesto. Todos hemos tenido odios. Pero una cosa es tenerlos y otra cosa es sacarlos a pasear. Mi abuela decía: Amarra tus odios que sueltos regresan y te muerden.
Hay quienes han hecho del odio todo un arte disfrazado en creatividad, cinismo y humor negro. Cosas muy distintas, pero pocos saben la diferencia. Los más cruzan la frontera sin pasaporte.
El odio conlleva el deseo de un mal. Desear un mal va más allá de un desacuerdo, una aversión o una versión. Es violencia en su intención de causar daño.
El fundamentalismo y la cultura de la cancelación son corolarios del odio.
Del primero aquí se discute el religioso, cuando son igual de aterradores el ideológico y el político. El fundamentalismo de izquierda es tan aberrante como el de derecha, el fundamentalismo antiracista como el racista, y el fundamentalismo feminista como el machista. Dónde quedó la máxima de “si nos comportamos igual que ellos somos igual que ellos”, no lo sé. El revanchismo y el desquite, la soberbia y el desdén, han derrotado ese principio.
La cultura de la cancelación, por su parte, es cobarde e irracional. Mesiánica en su convencimiento de que podemos borrar del mundo con una gran goma todo lo que nos contradice.
Cuando se llega a la intolerancia por seguir un dogma al pie de la letra, o de cancelar a todo el que no cree como una, se es fundamentalista.
Si a eso le añadimos la fe ciega en que todas las opiniones son válidas y respetables, tenemos un caldo de cultivo para el odio perfecto. Ese del que ya no podemos salir cuando caemos en su círculo vicioso.
Esta semana me enfrenté a tres odios que me recriminan no sentir: a Mayra Montero, a Rubén Berríos y a Eduardo Bhatia. A Mayra, por escritos recientes que retan mis principios. A Rubén, dizque porque su arrogancia no lo hace merecedor de un homenaje de Claridad. A Eduardo, porque su lado derecho acabó derrotando el centrismo que pregonaba.
Lo siento pero no puedo odiarlos. De hecho, los quiero. Lamento sus posturas en asuntos que me son irrenunciables. Pero no tengo un interruptor de cariño en mi ADN. Tampoco tengo instalado el botón del odio.
Si no sabes odiar, no aprendas. Pelea, argumenta, recrimina, indígnate. Pero ten en cuenta que del odio no se vuelve.