René Pérez, basta ya de tiraera
Columna del abogado laboral Jaime Sanabria Montañez.
La música es uno de los muchos termómetros sociales, un sismógrafo de precisión para evaluar los estados de ánimo tanto de quienes la componen como de quienes la consumen. La música, por su polivalencia, por su capacidad para traspasar los sentidos, por su condición de lenguaje histórico transnacional, por su ADN reconciliador con el espíritu, se erige a la vez como evasión para ahuyentar los melodramas individuales que a todos nos acaban afectando por momentos, por temporadas, por pandemias, y como refugio en el que proyectar la sensibilidad propia; como reducto de conexión del yo íntimo con unos ritmos, con unas letras, con unos efectos que nos sumen en ese mundo ideal que a menudo mejora al real.
Sin embargo, algunos episodios con músicos como protagonistas enturbian ese efecto balsámico, estimulante, apaciguador, activador, según la finalidad que cada uno persiga en la música. La agresión musical que el rapero boricua René Pérez ha perpetrado contra el colombiano J Balvin ha supuesto, según palabras de algunos medios, “el ataque más feroz que un artista ha perpetrado sobre otro en una canción en español”.
Puerto Rico, por su condición de país con la mejor música urbana del mundo (rap, trap, reguetón…) ofrece un abanico de artistas que figuran entre los más escuchados del planeta a través de distintas plataformas y algunos de los más galardonados con los Grammy, máximas distinciones del universo musical. Residente acumula 32 de estos premios, 27 como líder del grupo Calle 13 y cinco en solitario.
Filántropo, defensor del indigenismo, de la educación pública, vinculado estrechamente con diversas ONG’s, el rapero ha estado involucrado en incidentes cuyo origen responden a diversas causas sociales. Pero, en días recientes, el músico, el comprometido, el sensible, ha dejado paso a su lado oscuro, al púgil emocional que arremete contra su enemigo declarado, el también rapero colombiano J Balvin, al que estigmatiza en una canción de ocho minutos de duración en la que arroja un acúmulo de invectivas que permanecían latentes por la contienda que ambos artistas sostienen públicamente, desde hace un tiempo, en esencia por cuestiones de ego, de supremacía derivada de las visiones disyuntivas que tienen de la existencia.
La diatriba de Residente se divide en tres capítulos: En un lugar de la Mancha, Mis armas son mis letras y El caballero de los espejos, pero es en la tercera en la que el puertorriqueño despliega la máxima potencia de fuego de su arsenal léxico con versos como: En tu arcoíris de colores no existe el color marrón/Un sacrilegio/Este blanquito de colegio todavía no entiende el fucking privilegio/¿Pero qué esperan de este fracasado?/Criado por su papá, un influencer frustrado/En Puerto Rico para que se la dieran en el reggaetón/Tragó más leche que un condón/Por cada mamada subía un escalón/Cada día disfrazado de un color distinto como un camaleón.
La anterior supone solo una muestra de la concatenación de exabruptos que el boricua vierte sobre el colombiano, al que parece reprocharle su condición de acomodado de cuna, de no haberse fajado en las calles, de haberse visto abrigado por la posición de su familia sin haber tenido que revolcarse en el fango callejero para sobresalir a fuerza de talento como el que se arroga Residente y aunque este está reconocido por sus éxitos y por la ingente cantidad de seguidores, no parece el autobombo la mejor forma de promocionarse.
El origen motivacional del enfrentamiento, más allá de la aludida batalla de egos, procede del llamamiento al boicot a los Grammy que Balvin hizo en el contexto de una edición pasada, a lo que el puertorriqueño le respondió que lo secundaría si él hubiese hecho lo propio cuando en la edición anterior, estando nominado en trece categorías (Balvin), acudió a la gala sin reivindicar nada. Y definió la música de Balvin “como si fuera un carrito de hot dog, que a mucha gente le puede gustar o a casi todo el mundo. Pero cuando esa gente quiere comer bien, se van a un restaurante y ese restaurante es el que se gana las estrellas Michelin”. Desde ese momento, ambos creadores colisionaron y el enfrentamiento ha detonado sin sordina alguna, sin siquiera recurrir a la ironía, la caja de los truenos de Residente.
Pero, por encima de la propia agresión musicada del boricua que no dejará de proporcionarle un extra de publicidad, un sinnúmero de views del vídeo en el que el artista mantiene una agresividad gestual y de movimientos acorde a la naturaleza despreciativa de la letra, está el objeto, la otra persona, la diana, un colega, alguien de la profesión que manifestó haber tenido problemas mentales, en modo episodios de ansiedad y depresión durante la pandemia y de los que manifiesta estar saliendo con la ayuda de profesionales que han reencauzado la fragilidad que envuelve a todo ser humano para redirigirlo donde antaño.
Balvin ha admitido, en numerosas entrevistas, sus fiascos con la salud mental y ha levantado su voz popular para que se aborde el asunto desde todas las ópticas: la personal, la familiar, la salubrista y la gubernamental, aduciendo que existe una radiación de fondo, en ocasiones visible, pero las más invisible que aqueja a una proporción notable de población que ha sufrido una pandemia que ha lastrado su estabilidad emocional, en demasiados casos hasta el muro del suicidio.
En poco ayuda a la recuperación social de los umbrales prepandémicos la beligerancia musical y personal de un Residente que se recrea en el insulto y se arroga una presunta superioridad con expresiones como: esto no lo hago para darte consejo/Ni para abusar de ti aunque sea disparejo/Hoy te despellejo…
La salud mental de los habitantes de un territorio es responsabilidad directa de sus funcionarios y ciudadanos. Una población saneada de emociones procura una mayor prosperidad al país por su entusiasmo, por ser capaz de llevar a la práctica actuaciones que se tenían por imposibles, porque la actitud cuenta más que la aptitud. Pero los funcionarios y ciudadanos necesitan el apoyo de referentes populares que bien enfaticen esa necesidad de alcanzar un grado consistente de sanidad mental, o bien que expongan públicamente sus cuadros y la manera que tuvieron de enfrentarse a ellos para vencer a esos quijotes que amenazaron con tomar el descontrol de sus timones y derivarlos hacia lo oscuro.
Se necesita en Puerto Rico un refuerzo de las estructuras salubristas que ayude a reconstruir el interior de los cráneos de demasiados boricuas que han sufrido de más durante la pandemia, bien por su situación laboral, económica o familiar, bien por estar sometidos por un determinismo que acentuaba su fragilidad en épocas dificultosas para la humanidad en su conjunto.
No necesitamos Residentes si el tono es ese, el del último vídeo, el de la última letra, el de la última provocación hacia un semejante que se ha reconocido disminuido emocionalmente. Declarar una guerra, aunque sea con el armamento de la dialéctica, no parece lo más recomendable en estos tiempos donde ha estallado una de esas conflagraciones que se tenían por impensables y que, aunque queda muy alejada de Puerto Rico, no resulta descartable la extensión del conflicto a otras esferas y a otras geografías, incluso con la intervención de los Estados Unidos como cabeza de una OTAN que aguarda expectante el desarrollo de lo bélico.
No se debe combatir cuerpo a cuerpo con el insulto como armamento; nadie debería atribuirse una superioridad emocional porque la línea que separa la plenitud del abismo es tan estrecha que puede ser atravesada en cualquier circunstancia indeseada. Respetar, siempre respetar como dogma de vida.