A eso de las 12 del medio día, hora de El Vaticano, sobre 250,000 almas congregadas en la plaza de San Pedro recibieron la bendición del nuevo pontífice argentino, el Papa Franchesco.

Desde tempranas horas de la mañana los visitantes de la antigua ciudad buscaban el mejor lugar para presenciar el histórico suceso donde un latinoamericano fungiría como la cabeza de la iglesia católica. Antonio Clementi, italiano residente de Argentina hace 55 años, fue uno de ellos y de los que vino de lejos a verlo.

'Siento mucho orgullo por su humildad, se que se sentaba a comer con los de barrios pobres. Ya lo habíamos visto allá y en diciembre volveremos a verlo', refiriéndose a la próxima visita Papal a su país.

Otra de las que vino de lejos, desde Puerto Rico, fui yo. Hoy aquí pude constatar el fervor católico al ver la inmensa cantidad de personas que se dieron cita a la bendición papal, a pesar de lo difícil que se hacía acceder a un espacio que diera visibilidad al balcón del Pontífice.

Ver ancianos, muchos niños en brazos, e incluso algunos hasta con sus perros,, fueron algunas de las imágenes que más me sorprendieron, sobre todo porque había tanta gente que daba miedo empujar sin querer a algunos de los chiquitines.

Al llegar y establecerse en un espacio frente a la Basilica de San Pedro todo es diferente, porque a mi alrededor ví las caras de emoción de lo que estaban esperando desde la mañana por la llegada del Papa Franchesco. Los aplausos al verle salir, la solemnidad con la que le escuchaban y la despedida emotiva, como cuando un niño ve a su héroe favorito y le dice adiós, marcaron la experiencia.

Independientemente de la religión que cualquiera pueda practicar, la realidad es que es impresionante ver a tanta gente reunida por una creencia, por un sentimiento común. Para mí como puertorriqueña fue sobrecogedor, me sentía como parte de un todo al notar a mi alrededor banderas de países como Chile, Brasil, Alemania, España, y por supuesto Argentina. Aunque se vieran kioscos de recuerdos en la calle principal, eso no evitó que la mayoría estuviese allí para ser bendecido por el nuevo Papa, y eso en este mundo tan desvinculado, es un milagro.