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Hispano se resiste a abandonar su casa en Miami pese a 40 ofertas de megaproyectos

El cubano Orlando Capote fue registrado al posar frente a su casa, aledaña a un megaproyecto de construcción comercial, en Coral Gables.
Foto: EFE

La lucha de un David hispano de Florida, Orlando Capote, contra el Goliath de un megaproyecto de construcción comercial en la ciudad de Coral Gables (aledaña a Miami) que asedia la pequeña casa en que vive y se resiste a abandonar ha saltado a los medios y redes sociales.

Alguna vez tenía que ocurrir. Alguien, en este caso el cubano Capote, se plantaba para rechazar cerca de 40 ofertas de compra que le ponían en la mesa compañías inmobiliarias, agentes de bienes raíces y oportunistas para hacerse con su modesta vivienda unifamiliar de dos dormitorios.

Una casa que se ha convertido en una incómoda presencia para el proyecto masivo de edificación comercial de la compañía Agave Ponce, con un presupuesto de 600 millones de dólares, el mayor en la historia de esta bella ciudad de paseos, apartamentos, tiendas y numerosas construcciones de estilo mediterráneo.

Pero Capote no cede. Se niega a mudarse, pese a vivir literalmente encajonado en un cubo de espacio asfixiante. No es un gesto de extravagancia o de mero ventajismo.

Todas las ofertas que le han hecho, dice Capote a Efe sopesando con cuidado el calificativo, han sido "deficientes", eran "una trampa, engañosas, llenas de trucos, y ninguna válida".

VIVIR CERCADO POR MUROS DE HORMIGÓN

Este nieto de abuelo español e ingeniero de profesión que vive solo en la casa desde la muerte de sus padres se muestra decidido a "seguir hasta el fin", pese a la situación de cerco que soporta a diario, con excavadoras, grúas, camiones y equipo pesado haciendo casi imposible el acceso a su vivienda, si no es por un estrecho pasadizo trasero.

Pero Capote sobrelleva con estoicismo todos los ruidos, polvo y escombros en que consiste el día a día en su vivienda de 1.300 pies cuadrados (120 metros cuadrados) en la que el patio es asiento a menudo de plásticos y trozos de aislamiento que caen de los edificios colindantes en construcción.

"En esta casa no me siento solo. Estoy aquí con mis memorias, con los recuerdos de mis padres" y, además, "el lugar más seguro para sobrevivir a la crisis financiera que se avecina es estar en esta casa", dice convencido.

De ese mundo de nostalgia y recuerdos felices forma parte su breve estancia de seis meses en España tras dejar Cuba con sus padres en 1968, siendo un adolescente de 13 años.

"Fueron los mejores seis meses de mi vida. Por una bobería (poco dinero) tomabas una tapa y un chato de vino o una caña de cerveza en un bar", dice elocuente mientras evoca sus excursiones a Toledo, el Valle de los Caídos o Aranjuez.

Su semblante afable se le vuelve grave cuando retoma el asunto de la empresa desarrolladora, de la información que circula en los medios de que ha rechazado una substanciosa oferta de compra por parte de Agave Ponce, algo que el cubano desmiente categórico.

"Agave no me ofreció dinero para comprar la casa. Solo quiso hacer un intercambio de propiedades", como refleja una carta a la que tuvo acceso Efe.

La propuesta en nombre de Agave Ponce, LLC, consistía en la entrega a Capote de otra vivienda en construcción en el mismo barrio, un automóvil nuevo, el pago de los gastos de traslado, la compra de mobiliario y 500.000 dólares, además de la construcción de una fuente en el patio en memoria de su padre.

Pero, como indica Capote y se comprueba en la carta, esta no aparece encabezada con el membrete de la compañía; tampoco lleva el sello de ningún despacho de abogados y no está firmada por un letrado ni notarizada ni enviada por correo regular, ya que fue depositada por un desconocido en el buzón de su vivienda.

Capote dice que su madre llamaba a la vivienda que les ofrecían "la casa de las mentiras", porque, asegura, "la armadura del techo estuvo a la intemperie durante semanas, con hongos grises, antes de cubrirse" y no era fiable.

UN MANGO QUE MARCHITA POR FALTA DE LUZ

Guarda el cubano en casa un sinnúmero de documentos, fotografías, notificaciones, informes, cartas e incluso quejas presentadas al ayuntamiento de esta ciudad en las que denuncia desde 2017 violaciones del código de zonificación y de fuegos, de las leyes que limitan la altura máxima de edificios y la distancia.

Pero ninguna de sus quejas ha prosperado. El ayuntamiento se desentiende. "Cuando me cerraron el acceso a la calle por la entrada principal me quejé a la ciudad y no me hicieron caso", se lamenta.

Su historia es similar a la de muchos hijos de cubanos que emigraron abandonando todo lo que poseían en la isla a Estados Unidos, tras el triunfo de la revolución castrista en 1959.

Sus padres trabajaron duro, su madre era maestra y su padre inspector del condado. Tras años de ahorro lograron comprar en 1989 esta casa en la que ahora el mango del patio marchita, sin fruto, por la falta de luz y aire limpio.

En 2005 falleció su padre y en 2020, su madre. A ambos cuidó en los últimos años de sus vidas con abnegación. La voluntad de ambos, como le expresaron antes de morir, era cuidar la casa como un tesoro familiar.

Mientras su casa siga en pie, Capote dice que no la abandonará. No por aceptar alguna oferta de la que luego tenga que arrepentirse.

"Es mi casa. Es el hogar, donde está mi corazón. Y mi estómago me dice que no venda la casa", dice con firmeza entre los ciegos muros de hormigón que le cercan.