Donald Trump, la última esperanza de los cubanos que cruzan Panamá
Bajo la sombra de un enorme árbol de mango, una veintena de cubanos escuchan atentos a Víctor Berrío, director de la Pastoral Social de Cáritas Panamá y responsable de este viejo y destartalado albergue que ha servido de refugio para miles de isleños que en los últimos meses han cruzado Centroamerica y ahora ven lejano el sueño americano.
Les está informando de las novedades migratorias anunciadas este jueves por Estados Unidos y tratando de explicar cómo les va afectar la derogación de la política 'pies mojados/pies secos', que durante más de 20 años otorgó un trato preferencial a los migrantes cubanos. Muchos llegaron la noche de ese día y aún no se han enterado de nada.
'Ustedes son los que van a pagar los platos sucios de este acuerdo migratorio', les dice el religioso con tono amable y protector mientras una mujer de cabello afro se retuerce en la silla y varios hombres de piel oscura carraspean.
'Es una decisión muy personal. Yo no puedo decirles que sigan su camino hacia Estados Unidos ni que se queden, pero sí les voy a pedir que no arriesguen sus vidas entrando de manera ilegal porque corren el riesgo de ser deportados', añade Berrío.
EE.UU y Cuba anunciaron este jueves un acuerdo migratorio que elimina con efecto inmediato la política 'pies secos/pies mojados', que se adoptó en 1995 y que daba a los cubanos la posibilidad de obtener la residencia permanente un año después de llegar a EE.UU, incluso si lo hacían ilegalmente, siempre que no fueran interceptados en el mar.
La noticia ha caído como un jarro de agua fría entre los cerca de 75 cubanos que ven pasar las horas en este edificio de dos plantas atestado de colchones, de celulares cargándose y de ropa colgada en cuerdas.
'Obama nos decepcionó. Solo nos queda Trump. Tenemos la esperanza de que cambie las cosas o de que al menos tenga piedad con los que estamos en tránsito. Los cubanos de Florida votaron por él y nos lo debe', sostiene Lorena Peña, una mujer menuda embarazada de 4 meses que lleva casi dos semanas en este albergue y que barre indignada el piso de un dormitorio común.
Cuenta que salió de La Habana en julio del año pasado en un vuelo directo a Guyana y que desde entonces ha deambulado por el continente enfrentándose a un sinfín de pesadillas.
La peor de ellas, cuando en la selva del Darién, frontera natural entre Panamá y Colombia, les robaron a ella y a su familia la poca comida que cargaban y tuvieron que transitar seis días en ayunas por la jungla.'Yo prefiero pasar mil veces la selva del Darién que volver a Cuba. Que nos dejen llegar a Estados Unidos, por favor!', clama su esposo, Ulises Ferrer.
'Yo a Cuba solo quiero volver en ataúd', dice otro habanero que se une a la conversión, Osvaldo González, a la vez que se masajea el tobillo derecho, que se torció al pisar una piedra durante su travesía por esa misma selva inhóspita.
La medida anunciada el jueves, solo una semana antes de que tome posesión el nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, defensor del bloqueo a Cuba, era una larga demanda del Gobierno caribeño y supone un importante paso en la normalización de relaciones entre ambos países.
Desde que se inició el deshielo, uno de los logros de la era Obama, el éxodo de isleños ha sido masivo, hasta el punto que hace un año se desencadenó una verdadera crisis humanitaria en Centroamérica.Miles de cubanos se quedaron entonces varados en Panamá y Costa Rica, porque Nicaragua cerró su frontera alegando razones de seguridad nacional, y la situación llegó a ser crítica.
Según el Servicio Nacional de Migración de Panamá, el país centroamericano recibió en 2016 más de 27,000 migrantes irregulares, la mayor parte de ellos cubanos.
En medio de la crisis, los cancilleres de 9 países latinoamericanos enviaron una carta al secretario de Estado estadounidense, John Kerry, en la que le pidieron revisar su política migratoria con relación a Cuba.Actualmente, las autoridades locales calculan que los cubanos que están atravesando Panamá no superan los 200, casi la mitad de los cuales se encuentran en este albergue, ubicado en una zona de la capital panameña conocida como Ancón.
Durante la charla bajo el árbol de mango, una mujer de aspecto cansado interrumpe al religioso y pregunta nerviosa si Panamá les va a deportar.
Y aunque Berrío trata de tranquilizarla y le dice que este es un país que respeta los derechos humanos, lo cierto es que el Gobierno panameño aún no se ha pronunciado oficialmente sobre la nueva política migratoria de EE.UU.
'Si Fidel era malo, Raúl es peor. No nos hagan volver a Cuba. Ayúdenos señor Trump, ayúdenos', ruega Yancys Ricars, hija de una de las Damas de Blanco, el histórico grupo opositor pro derechos humanos.