Dallas y Kennedy, la euforia que se convirtió en horror
Washington - El asesinato de John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963 hizo olvidar el entusiasmo con el que fue recibido las 24 horas anteriores en su viaje a Texas, un territorio presuntamente hostil al presidente que se rindió a su magnetismo, según relata un nuevo documental.
Un mariachi fascinado con la habilidad para hablar español de Jacqueline Kennedy, un miembro del Servicio Secreto y una invitada republicana al último desayuno del mandatario demócrata son algunos protagonistas de 'JFK: The Final Hours', que se emitió en el canal NatGeo.
Junto a ellos, testigos que entonces apenas eran adolescentes ayudan a entender por qué, 50 años después, Estados Unidos aún sigue buscando respuestas a la súbita muerte de Kennedy en Dallas, una ciudad que muchos le habían aconsejado no visitar y que le recibió con una sorprendente calidez.
'Había una enorme sensación de euforia', recordó en entrevista con Efe uno de los protagonistas del documental, Julian Read, que se encontraba en la caravana presidencial en el momento del asesinato en calidad de portavoz del gobernador de Texas, John Connally.
A Read, que se encargó de organizar el solemne anuncio de la muerte de Kennedy en el hospital de Parkland apenas unas horas después, le gusta recordar los momentos anteriores a la tragedia: la conferencia de prensa y el desayuno en el Hotel Texas de Fort Worth.
'Había alrededor de 3.000 personas en el desayuno, muchos de ellos republicanos que querían escuchar las ideas del presidente. Y 5.000 personas se habían congregado fuera del hotel, bajo la lluvia, para ver al presidente', subrayó Read, que relata su experiencia en el nuevo libro 'JFK's Final Hours in Texas'.
Corky Friedman, mujer del alcalde de Fort Worth, era una de esos conservadores convencidos que asistieron al desayuno, y no duda en confesar que, cuando acabó, el mandatario la había 'cautivado'.
'Yo no voté por él. Pero aquella mañana, dio un discurso maravilloso... Nos tenía a todos en la palma de su mano', aseguró recientemente Friedman en una conferencia de prensa en Fort Worth.
Varios asesores de Kennedy le habían recomendado esquivar Dallas en su viaje a Texas, un periplo en el que buscaba recaudar fondos y reforzar sus posibilidades de reelección en un estado que había conquistado por muy estrecho margen en 1960.
El alza de la extrema derecha había dividido profundamente al estado y hecho especial mella en Dallas, pero el presidente se negó a omitir una ciudad tan importante en su trayecto y la Casa Blanca programó un multitudinario almuerzo en la localidad.
Para promover un buen recibimiento, los organizadores publicaron con antelación la ruta que atravesaría el descapotable presidencial y programaron un trayecto de apenas 14 minutos en avión desde Fort Worth, para dar más visibilidad a la llegada del presidente y la primera dama a Dallas.
El esfuerzo funcionó. En el preciso momento en que la limusina de Kennedy giró hacia la fatídica Dealey Plaza, la esposa del gobernador Connally, Nellie, se giró hacia él en el descapotable, señaló a la alegre multitud y le dijo: 'Señor presidente, ciertamente no puede decir que Dallas no le quiere'.
'Ésas fueron las últimas palabras que Kennedy escuchó', aseguró Read.
Fue la propia Nellie quien le contó esa historia mientras esperaba noticias de su marido, herido en el mismo tiroteo y que finalmente sobrevivió, en el otro extremo del pasillo del hospital donde estaba sentada Jackie Kennedy.
'Nunca olvidaré ese momento: dos mujeres solas, esperando a sus esposos que luchaban por sus vidas', relató Read.
Las últimas 24 horas de Kennedy incluyeron paradas en San Antonio, Houston y Fort Worth, un discurso sobre la 'nueva frontera del espacio', una cena en honor de un congresista de Texas y una parada más larga de lo previsto en una gala de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC).
Jackie Kennedy, que había practicado su español durante el vuelo, ofreció allí un discurso en español en el que reconocía la 'noble tradición española que tanto ha contribuido a Texas'.
Fernando Herrera, un músico de mariachi que se encontraba detrás de la pareja presidencial, asegura en el documental que sólo podía pensar una cosa: 'Qué guapos son. Están resplandecientes'.