Log In


Reset Password
SAN JUAN WEATHER
Mundo

Una cita con el destino

Acaba de morir en Cuba, donde vivía desde 1961, el amigo de Ernesto 'Che' Guevara, el doctor Alberto Granado. Juntos recorrieron Latinoamérica a principios de la década del 50, y aquella aventura quedó impresa en el cine hace pocos años atrás. En 1997 lo entrevisté en Buenos Aires para una revista argentina, Flash, ya desaparecida. Granado no daba entrevistas, no le gustaban, y cuando finalmente logré convencerlo, dejó en sus respuestas un retrato de sí mismo y de un Guevara desconocido, anterior al mito que sería después. Con su muerte reciente, esta entrevista emerge de las cenizas y cobra vida para elaborar una síntesis de la historia reciente de América.

Si el relato que aquí comienza hubiera sido un guión cinematográfico, se habría titulado 'Easy Rider' ('Busco mi destino', según subtítulo en nuestro país); ocurriría a finales de los '60, las estrellas seguramente serían Peter Fonda y Dennis Hoper y veríamos en el cine la historia de dos motociclistas aventureros que recorren algunos parajes de Estados Unidos.

Pero esta historia es otra, viva y real, y tal vez más que un recuerdo anecdótico, el ejercicio de la misteriosa acción del destino. Mas fantástico aún: como una aventura en moto recorriendo Sudamérica modificó la vida, el destino en si mismo, de dos hombres que nunca volvieron a ser los mismos a partir de 1951.

Uno de ellos, el bioquímico e investigador Alberto Granado, porque nunca volvió a afincarse en su Córdoba natal y se transformó después de 1960 en el forjador de científicos de la revolución de Cuba, país en el que vive retirado de su profesión. El otro, su amigo de correrías al que llamaban 'Pelado' o el 'Chancho' entonces, porque a partir de aquella aventura inicial sería un revolucionario primero y un mito despues: Ernesto Che Guevara.

'Si aquel viaje en motocicleta por Sudamérica en 1951 con mi amigo Ernesto Guevara no hubiera existido, yo sería hoy un farmaceútico de 500 pesos mensuales o menos, porque estaría jubilado. Y seguramente sería, además, un borrachito de pueblo', apunta sonriente, pícaro y sereno, Alberto Granado, de paso por la Argentina para mantener viva, en conferencias y presentaciones relacionadas, la memoria del Che.

-Y su amigo Ernesto Guevara hubiera sido un médico respetable en Buenos Aires o en alguna provincia, gordo, canoso o calvo, mirando como los nietos juegan en el jardín...

—Exacto... pero cambiamos el destino y mire usted donde terminamos. Ernesto, lamentablemente muerto pero trascendiendo en la historia mundial, eternizándose hasta el infinito, y yo en Cuba.-

-Cuénteme, Granado, cómo y donde empezó la modificación de sus destinos.-

-Mi amistad con Ernesto arranca en 1942, en realidad, él era amigo y compañero de estudios de mi hermano menor, Tomás, en la Universidad de Córdoba. Yo tenía entonces 20 años y Ernesto 14, a punto de cumplir 15, y recién llegado desde Alta Gracia a la ciudad de Córdoba, donde vivíamos nosotros. La relación comienza con el rugby, que Ernesto jugaba; pero mucha gente no se atrevía a integrarlo en un equipo por su condición de asmático. Pero yo creía entonces, y creo hoy, que nadie se muere por practicar deportes y que hacerlo es contribuir a una formación intelectual con la salúd física y espiritual. Asi que lo acepté en en equipo y lo fui entrenando. -

El autor en plena entrevista con el protagonista de la historia (1997).

-Usted era entrenador de un club de rugby?

-De un equipo de segunda división que se llamaba Estudiantes; yo jugaba y dirigía al grupo que era un desprendimiento de un viejo equipo que se llamaba El Tala, una especie de proletarización del rugby en el que jugábamos tipos de clase humilde y media como mis dos hermanos, el turco Artanian, Ernesto, un muchacho que tenía una camioneta, y yo... El rugby entonces tenía cierto aire de elite y nosotros veníamos de otra formación, además de que en Córdoba no era un deporte tan exclusivo como en Buenos Aires.-

-Y Ernesto Guevara, jugaba bien al rugby o era uno que acompañaba? -

-Bueno, era un jugador regular, sobre todo porque tenía la desventaja del asma... Pero tenía un tacle nervioso, producto de su fortaleza física, que lo hacía temible. Le gustaba mucho jugar rugby, era valiente... Bueno, de su valentía ya se sabe históricamente, no? Era, eso sí, morfón con la pelota... Yo le decía 'Fuser', porque en los entrenamientos era furibundo; asi que inventé una mezcla de furibundo con su apellido Serna y le quedo 'Fuser', apodo que me servía para avisarle en un partido que la pelota iba para él sin que los adversarios supieran de quién se trataba.-

-Entre 1942 y 1951, año que hacen el viaje juntos, la amistad entre ustedes se profundiza o queda reservada solamente a la actividad deportiva? -

-Se profundiza a pesar de la diferencia de edad. Ya era yo un muchacho a punto de recibirme de bioquímico y Ernesto, como le digo, seis años menor que yo. Y se estrecha la amistad sobre todo a través de la literatura, de la lectura. Ernesto y yo éramos lectores voraces, y comenzamos a compartir esa afinidad... Ah, también le llamábamos 'Pelado', porque tenía el pelo muy corto al estilo militar de la época. Ernesto era conocido por tres sobrenombres: 'Fuser', 'Pelado' y después en Buenos Aires, 'Chancho', porque no tenía prejuicios de andar con la misma ropa varios días, ni le importaba una camisa más o menos.-

-No le daba valor a cuestiones más cotidianas, digamos.-

-Exacto, y en eso también coincidíamos, porque a mí tampoco me interesaba. La cuestión es que la literatura fue también una fuente de afinidad entre ambos. -

-Ernesto Guevara se interesaba entonces en algún tema más que en otro, por ejemplo, leía filosofía o historia politica como prioridad?-

-Leía de todo. Nosotros teníamos en esa época una sólida formación literaria. Pero Ernesto me sorprendía porque leía, y comprendía, a los 15 o 16 años, textos difíciles, complicados. Un día lo sorprendí leyendo 'La palmera salvaje', de Faulkner, que hacía poco tiempo que se había traducido al español y era uno de esos textos nada sencillos para un chico de 15 años. Ya entonces tenía Ernesto una sólida formación intelectual que me llamó la atención y le pregunté como era eso siendo tan jóven. Me contestó que desde los 6 años se encerraba durante dos horas en la biblioteca de su padre, con unos sahumerios para combatir el asma y leía todo lo que encontraba a mano. Ernesto capitalizaba desde chico una deficiencia como el asma en forma positiva, así que ya podía verse cuando era adolescente el embrión de lo que después sorprendió a tanta gente. La otra sorpresa que tuve con Ernesto fue que él llevaba un cuaderno donde anotaba, por ejemplo: 'Hoy leí '20.000 leguas de viaje submarino', de Julio Verne, que además es autor de tal y tal...', es decir, se iba creando una formación cultural a sí mismo, y creo que el cuaderno lo tiene el estado cubano como un recuerdo invalorable de Ernesto. Yo tenía también mi propio cuaderno, pero era de un viaje que soñaba hacer, con estudios de distancias, investigaciones oceanográficas, etc., pero era también mi escape para ciertas obligaciones, cuando algo no me gustaba, decía: 'Lo hago cuando regrese del viaje'. Y Ernesto sabía de esto. -

-Y se anotó.-

-Ernesto se anotaba en todas... Fíjese que en el '45 o '46, él se va a Buenos Aires a estudiar, y ahí nos separamos un tiempo. Bueno, no sería la primera ni la última separación entre nosotros...

-A usted le consta que cuando Guevara vivió en Buenos Aires en esos años, tuvo algún encuentro con Eva Peron o militó políticamente en contra o a favor del peronismo?

-Mucha gente me ha preguntado eso y no tengo constancia. Además, tanto él como yo, si bien no éramos apolíticos, no militábamos en nada. Ernesto era un anárquico en esa época, y tanto él como yo éramos críticos de todo el espectro político de la época, peronistas, radicales y conservadores. Pero no pasábamos de eso.

-Nada de activismo entonces y mucho de aventura entre ustedes.-

-Exacto. Nos vamos el 29 de diciembre de 1951 en una moto Norton 500, modelo 39, desde Córdoba a Buenos Aires; primero habíamos pasado la Navidad con mi familia, y llegamos para celebrar el Año Nuevo en la Capital con la familia de Ernesto. Lo hicimos sobre todo porque mi familia no entendía mucho que un tipo de 29 años, bioquímico, con trabajo estable, dejara todo para irse en un viaje de varios meses con un muchacho de 23 años, que era Ernesto. Y la familia de él tampoco estaba muy de acuerdo, al punto que su mamá me hizo prometer que lo hiciera regresar para que terminara la carrera de medicina. Aquel 31 de diciembre, su mamá, Celia, me dijo: 'Vos, que sos el mayor, hacelo volver a que termine los estudios porque un título nunca está de más'. Fue tan premonitoria como cierta aquella frase.-

-Digamos que ustedes eran dos rebeldes, transgresores, como dicen ahora.-

-Sí, por suerte... Bueno, así nos despedimos de cada familia para quedar como muchachos educados, al menos. De Buenos Aires nos fuimos a Miramar, porque Ernesto quería despedirse de una novia que tenía y que también se oponía al viaje.-

-Volvemos al destino. Si toda esa oposición hubiera prosperado, usted tal vez estaría hoy en Córdoba y Ernesto Guevara no habría cambiado la historia de Cuba....

-Seguro, como usted dice... La cuestión es que nos vamos y después del recorrido por varios países durante ocho meses, en Venezuela nos encontramos con un amigo que llevaba caballos de carrera a Caracas y a Miami, y volvía en el avión vacío. Le dije a Ernesto que era el momento oportuno para que regresara a Buenos Aires, terminara los estudios de medicina -le faltaban tres materias por rendir-, mientras yo me quedaba trabajando en un leprosario; y que nos volviéramos a encontrar un año despues, en el '53, en Caracas, para seguir de viaje en moto. Y otra vez el destino. Ernesto sale al año siguiente a encontrarse conmigo, acompañado por un amigo suyo de Alta Gracia, llamado Carica. Como ya tenía la experiencia del viaje anterior, Ernesto diagrama un recorrido hasta Ecuador para pasar después a Venezuela. Pero en Ecuador se encuentra con un grupo de argentinos que iban a Guatemala atraídos por la experiencia de reforma agraria del gobierno de Arbenz, y Ernesto se anota, como hacía siempre. Me manda una nota y lo que iba a ser un período de un año, se transforma en ocho años sin vernos: vuelvo a encontrar a Ernesto, ya el Che, el 24 de julio de 1960 en La Habana.

-Y que es de su vida mientras Guevara se va convirtiendo en el revolucionario que todos conocen despues?

-Me quedo en Venezuela y se va alejando mi sueño de viajar por ahí en moto. En 1955 me dan una beca en Roma, voy al Instituto Pasteur y me voy metiendo más en la ciencia alejándome de la bohemia. Así que tuvimos poco contacto en esos años con Ernesto; estuvimos a punto de vernos en 1959 en Venezuela, adonde yo había regresado, cuando Fidel hizo la gira por Latinoamérica y Ernesto debía viajar con él. Pero se había enfermado y me mandó una carta disculpándose e invitándome a conocer la experiencia de la revolución.

-Que sentia usted en esos años, cuando su amigo Ernesto, el del rugby y la literatura, el del viaje en moto por Sudamérica, era el número dos de la revolución de la que hablaba el mundo entero?

-Que Ernesto había encontrado su destino. Le dije que él era anárquico, recuerde, cuando tenia 15 años. Y creía ya en la lucha armada: cuando alguna vez nos buscaron para salir a la calle en defensa de los presos de la universidad, Ernesto decía 'A mí si no me dan un revólver, no salgo a la calle'.-

-Que sintió usted en 1967, cuando se enteró de que en Bolivia habían matado al Che Guevara?

-Un gran dolor, como puede imaginarse. Los cubanos no aceptaban la noticia, no podían creer que el Che hubiera muerto. Yo me encerré tres días en mi casa de Santiago y ni siquiera quise escuchar el mensaje de duelo de Fidel.-

Rodrigo de la Serna y Gael García Bernal junto a Alberto Granado. De la Serna encarnó al científico en la película Diarios de motocicleta.
Foto: