Sigue viviendo el terror a una semana del ataque en Orlando
Durante la tarde del sábado, 11 de junio, Edward Hernández, natural de Vega Baja, recibió la llamada de Juan Rivera, quien deseaba celebrarle su cumpleaños con una visita al club nocturno Pulse, en Orlando, Florida.
Su amigo ya lo tenía todo planificado: iría un grupo de nueve amistades, entre ellos, Luis Conde, su pareja. La cita se concretó para las 11:30 de la noche y Edward aceptó encantado. Como reside en Tampa, salió temprano, recogió a un amigo y se detuvieron a comer algo. A pesar de que la comida tardó y Edward fue perdiendo el deseo de llegar hasta el club, no podía fallarle a sus amigos, así que alrededor de las 12:45 de la madrugada hizo su entrada al local, en el que viviría uno de los episodios más terribles de su vida.
El pasado domingo, 12 de junio, cerca de las 2:00 de la mañana, Omar Marteen, de 29 años, entró al club Pulse y, fuertemente armado, acabó con la vida de 49 personas -23 de ellas puertorriqueñas-, un evento en el que aún se debate si pudiera ser catalogado como acto terrorista o como crimen de odio, ya que es un club muy popular en la comunidad gay y se trataba de una noche de celebración latina.
A una semana de la mayor masacre de los tiempos modernos de los Estados Unidos, Edward aún tiene todo claro en su cabeza. El sonido de los disparos, los gritos, el llanto y la súplica de la gente por ayuda todavía no le permiten conciliar el sueño ni regresar a su apartamento en donde vive solo.
'Me estoy quedando con mi familia y poco a poco estoy tratando de salir solo a la calle para irme acostumbrando. Pero estoy en los sitios haciendo fila y miro a todo el mundo. Si se apaga una luz de momento, me pongo mal, todo regresa a mi cabeza', cuenta a través de la línea telefónica, mientras tose para aclarar su voz que amenaza con entrecortarse de nuevo.
Esa noche, a su llegada al club, sus amigos le esperaban en la barra principal y todos estaban juntos. Pidieron tragos, hablaron, rieron, se hicieron fotos y la subieron a las redes sociales. Conversaban amenamente cuando comenzaron a oír los disparos, y entonces, comenzó la confusión.
Como la mayoría de las personas que estaban en el club, el grupo pensó al principio que se trataba de un efecto especial de la música, pero cuando comenzaron los gritos y ven que todos corrían alterados, los amigos se tiraron al piso.
'Escuché ‘pra, pra, pra, pra'… fueron más de 15 a 20 veces. Cuando surge la pausa, me levanto y corro hasta el final de la barra, pero ahí es cuando alguien apaga la luz y me tropiezo con un ‘stool' y me doy un golpe en la rodilla. En ese momento lo único que se veía a lo lejos era la luz de la pista, pero las luces principales estaban apagadas. El rumor que escuché es que eso lo hizo un empleado de Pulse con la intención de que el asesino no viera dónde estaba el público para dispararle', explicó.
'Con el golpe de la silla, caigo al piso y cuando giro hacia atrás veo una ráfaga de balas que vienen encima de mí, rebotaban en la pared y podía ver las chispas de luz cuando daban en la pared. Bajé mi cabeza y oré, pedí protección a Dios. Levantaba la cabeza y tenía las balas muy cerca, y la gente caía a mi lado herida y las oía gritando y pidiendo ayuda', recordó.
Una de las personas que estaba junto a Edward era Juan, pero esta fue la última vez que lo vio. En lugar de continuar hacia alguna ruta de escape, Juan decidió volver atrás a buscar a Luis Conde, su compañero de vida. Juan y Luis figuran entre las 23 víctimas puertorriqueñas de esta masacre. Edward compartió que, al parecer, Juan logró llegar hasta donde estaba Luis y juntos corrieron a esconderse en uno de los baños, pues, según le comentaron allegados, fue allí donde los encontraron.
'Venía gente corriendo tratando de escapar y vi a Juan que regresó a nuestro lugar de origen (la barra). Yo seguí gateando hasta la puerta de atrás de la barra y corro hacia la izquierda porque había un pasillo y una persona hacía indicaciones de que entráramos ahí. Cuando se llenó el pasillo nos vimos atrapados', contó.
En el estrecho pasillo del lugar, habrían unas 20 a 25 personas con sus cuerpos pillados, llorando y pidiendo a Dios que no les dejara morir. Uno de ellos, aguantaba la puerta con fuerza para tratar de que el pistolero no entrara, pues los disparos se escuchaban cada vez con más fuerza.
'Las muchachas lloraban y gritaban, 'no quiero morir' y otras decían 'ahí viene, ahí viene'… Esos minutos fueron muy largos para mí', narró.
En ese momento fue que Edward llegó a pensar que se trataba de su último día de vida. Creía que estaban atrapados y que no habría una salida. Sin embargo, una de las personas del grupo logró treparse sobre una nevera de hielo que había en el pasillo y rompió una ventana de madera que quedaba alta. Por ahí salieron algunos, pero estaban tan pillados que no todos lo lograron. Con un poco de más esfuerzo, unos muchachos lograron romper un pedazo de pared de madera que había en el pasillo y finalmente ese grupo logró escapar.
Esa salida los dirigió a un terreno aledaño al lugar. Edward miró su reloj y eran las 2:10 de la mañana. 'Para mí fueron tres horas, esa es la verdad'.
A esa hora, ya había Policías en el lugar, así como helicóptero y ayuda médica. Edward tenía su teléfono sin carga y corrió hasta su carro. Allí lo conectó de inmediato y comenzó a llamar a sus amigos, pero no logró que contestaran. Entró a Facebook para escribirles, pero tampoco hubo respuesta. Ya veía que la policía cargaba gente herida y corrió a ver si eran alguno de ellos, pero no los encontró. Desde afuera y ya a salvo, Edward podía escuchar el intercambio de disparos en el interior de la discoteca. Estaba paralizado.
La Policía mantuvo en custodia a todos los que estaban fuera desde las 2:30 hasta las 7:00 de la mañana. Una guagua recogió al grupo y los llevó hasta las oficinas de la Policía en Orlando para tomarles declaraciones.
La Policía le preguntó si deseaba ir al hospital, pero Edward se negó, prefirió irse a su carro y conducir hasta la casa de su hermana. Allí, su familia decidió llevarlo a una sala de emergencia para que le revisaran su rodilla.
Edward se encuentra tomando medicamentos que le ayuden tanto física y emocionalmente, sin embargo, no le gusta depender de ellos.
Cuenta que lo más difícil ha sido recuperar la confianza en los extraños, pues le está dando trabajo estar solo en los sitios en donde hay muchos desconocidos porque siente que 'no sabe qué pasará'.
'También es difícil ver el dolor de las familias de las víctimas y su desconsuelo. Ha sido bien fuerte. Espero que poco a poco todo regrese a la normalidad', concluyó.