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La Calle

Mi primera 'SanSe' en La Perla

Un poco antes de las 12 de la medianoche del viernes empece a caminar desde la calle Tanca. ¿Mi misión? Ir por primera vez al 'party' que hace la comunidad La Perla durante las Fiestas de la calle San Sebastián.

Yo sé que para muchos la 'norma' es que yo hubiese entrado a un 'party' en La Perla durante los 'Martes de Galería'… Pero es que nunca fui a un 'Martes de Galería'. Yo empecé a irme de pachanga por las calles de Puerto Rico después de que me gradué de la universidad.

Dicho eso, aunque las tarimas ya habían culminado, una ola de jóvenes (de esos que ya mis veintitantos me da la autoridad de llamar chamaquitos) subían por todas las calles que llevan hasta la San Sebastián. Nos escurrimos entre la gente ('nos' porque éramos un grupo de siete) hasta que llegamos a la Plaza del Quinto Centenario que, al igual que el Cuartel de Ballajá, ya tenía las luces apagadas.

Seguimos caminando y, mientras más nos acercábamos a la entrada de La Perla, dos cosas pasaban: más alta era la cantidad de personas y más baja era la edad de quienes nos rodeaban.

Policías en carritos de golf, autos oficiales del municipio y camiones de limpieza intentaban pasar por los carriles de la calle Norzagaray, frente al Instituto de Neurobiología. Todos tenían que hacerlo con sirenas prendidas o tocando bocina para poder despejar el área. Mientras caminaba, me daba cuenta que era casi incalculable la cantidad de jóvenes acomodados en la muralla que va desde el final del Instituto de Neurobiología hasta la entrada de esta comunidad que muchos artistas han utilizado como protagonista en sus videos musicales.

'Se supone que las escaleras estén aquí. No las veo', le dije a una amiga. Esto para darnos cuenta de que la cantidad de personas que estaba intentando bajar por las escaleras que llevan a La Perla era tan grande que no se podía ver exactamente dónde empezaban los escalones. 'Yo no voy a bajar por ahí', dijo un pana. 'Pero uno puede entrar como por una cuestita, verdad?', pregunté mientras en mi mente me cuestionaba si de verdad quería entrar.

Dimos unos cuantos pasos. Encontramos la otra entrada. Una cuesta que pasa por debajo de un techito que tiene que haber hecho uno de esos españoles que vino con Cristobal Colón. 'Cuidao ahí', me dice la persona que va frente a mí. Miro. Una nena estaba eñangotada en el piso vomitando. 'Tan temprano y le dio la mala', escuché a alguien decir.

'Yo estoy seco… Voy a comprar el round de Medalla', dijo uno de los que andaba conmigo. 'En cuanto te salieron las cervezas?', pregunté. Me dijo que a dos dólares cada una. Un muchacho me pasó por el lado y dijo: 'Acho, antes eran a un peso'. Me di un sorbo de mi cerveza.

Para usar las letrinas había que pagar un dólar. Me toqué los bolsillos y ya no me quedaba efectivo. Respiré hondo y seguí caminando mientras la música de Plan B salía de las bocinas del primer edificio que ves cuando entras.

'Pasto, perico, pali, perco. Pide', dice la persona que me encuentro de frente. 'Pasto 6 y 8', grita el otro más adelante. 'Necesito comer', dice mi amiga mientras yo admiro la velocidad con la que se hacen esas transacciones.

Mientras mi amiga compra su empanadilla a dos pesos en un kiosco que va a durar un solo fin de semana porque en realidad es la escalera de un hogar, un pana intenta convencerme de que nos quedemos hasta ahí. 'Yo no voy para allá arriba. Mira eso', me dice. Cuando miro me doy cuenta de que en la única calle que tengo de frente hay tantas y tantas personas que parecía la calle San Sebastián a las 4 p.m. en el tercer día de las fiestas. 'No tienen que ir conmigo. Yo voy a ir porque quiero ver qué es la que hay', dije. Me despegué de la pared que lleva la imagen de Héctor Lavoe. Otro pana agarró mi mochila y arrancamos a caminar. De ser siete, pasamos a ser dos.

De momento miro para atrás no veo a mi amigo. Me pasé. Lo encontré. 'Es que él tiene el bulto abierto', me dice un chamaco mientras intenta cerrar el zipper de al frente de la mochila. 'Chico, tranquilo, es que está roto. Pero gracias', le dije. 'Ah, era para ayudarte. Nos vemos', me dijo el nene quien comenzó a caminar y yo seguí detrás de él.

Sangrías a un dólar, pinchos y kioscos de pizzas, son solo algunas de las cosas que encontré en el camino. Nos encontramos con una tarima en la que los DJs tocaban Drum <><><><><><>& Bass. En los lados de la tarima unas veinte personas bailaban a su ritmo (no al de la música). 'Dónde está la tarima con reguetón', le pregunté al que andaba conmigo. 'No sé. Antes había. Vamos a seguir caminando', me dice. Seguimos caminando. 'Viene, pali pa' que chiches', grita un muchacho. Miro a mi pana. Me dice que quite la cara de histeria./p

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Seguimos caminando y nos encontramos con una casa de dos pisos. Unas bocinas gigantes se asomaban desde su balcón. Se escuchaba la música de Alexio La Bestia. Miro para el lado y me doy cuenta de que ya estoy en el lado contrario de la escalera que no quise bajar. Subir por ahí era imposible. 'Lo seguimos para allá o viramos?', me preguntó mi amigo mientras, de fondo, sonaba De La Ghetto. 'Viramos', dije mientras un señor grababa desde su balcón a los que estaban bailando en la calle./p

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Empezamos a bajar y en el camino escuchamos que gritaron 'Jello-shots'. Miramos. Compramos dos. Brindamos. Me tomé mi shot de gelatina de fresa y vodka. Arrugué la cara. Seguí caminando./p

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Mientras bajábamos alguien empezó a dar empujones, lo que causó que, literalmente, no se pudiera caminar. El ritmo del Drum <><><><><><><><><><><> Bass estaba en todo su apogeo. Nos movíamos con la ola de gente. Intentamos echarnos para un lado, pero en esa área que estábamos no había 'lado'. Seguimos con el flow de personas./p

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Miro a mi lado y veo de lejos una muchacha que estudió conmigo. Sigo mi rumbo y escucho a una chica decirle a su amiga que la saque de ahí porque 'yo no puedo con esto. Hay mucha gente', a lo que su amiga le respondió: 'Ya estamos aquí. Tienes que bregar'. Continúo y, de lejos, veo a uno de esos abogados que conozco. Un poco más atrás de él veo a un grupo de cinco o seis chamaquitas agarradas todas de manos para no perderse./p

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'Pasto, perico', dice un muchacho que me encuentro justo de frente. Le sonrío y bajo la cabeza. Llegamos a un espacio con menos personas. Volvimos a escuchar reguetón de las bocinas del negocio frente a la cuesta./p

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Salimos. Le pasamos por el lado a dos o tres que estaban enrolando su pastito. Caminamos frente a otros tantos que estaban buscando señal de celular. Llegamos a la acera. Nunca me encontré con un solo policía./p

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Miro a la izquierda y en la cancha de La Perla veo a cuatro personas haciendo piruetas dentro de un ring de lucha libre. Siento envidia pues nada me haría más feliz que practicar una patada voladora en ese ring./p

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Comienzo mi camino fuera de San Juan. Escucho como se mezclan los tipos de música que salen de La Perla (pues a eso de las 2 a.m. el 'party' ahí estaba empezando). En las calles principales solamente se escuchaba el alboroto de la gente, pero los negocios estaban cerrados. Mientras caminaba pienso que cuando era chamaquita mis amigos siempre hablaban de los reguetoneros que cantaban en La Perla. Miro a mi pana y le digo con tono de frustración: 'Mano, nunca encontramos la tarima con reguetón'./p

(Brandon Cruz para NotiCel)
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