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La Calle

Se manifiestan y piden 'alto a la violencia' en Monte Hatillo

Un muchacho juntó sus manos en forma de pistola. 'Piu, piu', disparó con la voz. 'Por que haces eso', le preguntó Fernando Figueroa. 'Eso es lo que estamos viviendo en el área', respondió.

Eso ocurrió hace unos días, cuenta Fernando Figueroa, quien fue maestro de la escuela intermedia Berwind por más de 30 años. Hoy, jubilado, viviendo en Bayamón, Figue, como lo llaman cariñosamente, regresa al área a la que dice pertenecer para clamar por un verdadero proceso de paz para los residenciales Berwind, Monte Park y Jardines de Monte Hatillo, y demás comunidades aledañas.

Cerca de cuarenta personas se encuentran en el parque atlético de Monte Hatillo para celebrar la actividad 'Alto a la violencia', más bien un compartir entre vecinos, para alzar la voz en contra de la violencia y a favor de la unión pacífica entre los residenciales. Se trata del Comité Paz para la 65, un movimiento de solidaridad comunitaria que busca mediar entre las comunidades. 'Esto es para que el miércoles negro no se repita', manifiesta Figueroa.

El miércoles, 2 de septiembre, en la noche, o 'miércoles negro' como ya algunos lo llaman, se desató una balacera entres ambos residenciales, que se sostuvo durante media hora. Aunque no hubo heridos ni cristales rotos, fueron 30 minutos de balas que han trastocado la rutina diaria de las comunidades ubicadas al borde de la avenida 65 de Infantería.

En esa noche de miércoles, la joven de 16 años Karla - nombre ficticio para proteger su identidad - estaba realizando sus tareas. Los primeros disparos la hicieron correr hacia la escalera a refugiarse. 'Entré en pánico', dice ahora con calma. Está ahí, en el campo atlético, participando de la actividad. Quiere que 'todo vuelva a estar como antes'. Antes los niños jugaban, dice, antes iba a practicar balompié en ese mismo campo donde ahora está parada, pero ya ahí no se sienta segura, prosigue, antes no perdía dos días de clases en la escuela superior Berwind por amenaza de disparos, remata.

'Esto lo hacemos por la educación de los chiquitos, por los intereses de los mayores', comenta Figueroa. A lo largo de su vida como docente, enterró a alumnos provenientes de cada uno de los residenciales que hoy intentar unirse.

Junto a Figue, se encuentra uno de sus exalumnos, Jorge Luis Ayala, o Luisito. El residente del residencial Parcelas Falú, también presidente de la Junta Comunitaria, recuerda a una niña de 9 años llorar porque tenía miedo de ir a su casa desde su escuela, y a los dos envejecientes que preferían quedarse encerrados en su caso. 'Buscamos la tranquilidad de quienes no tenemos culpa', dice.

El Comité Paz para la 65 ya ha iniciado el proceso de mediación entre los residenciales, y hasta ahora, dice Figueroa, la respuesta ha sido alentadora. Al movimiento, se han integrado líderes comunitarios que no necesariamente residen en la zona.Tania David, que actualmente vive en Vega Alta, pero residió en Jardines de Campo Rico, espera que con esta iniciativa que parte de la solidaridad, sean los propios residentes de la 65 quienes tomen la batuta de la reinstauración de la paz.

'Es el miedo y la incertidumbre de no poder salir, de no poder visitar a una amiga. Después de esto, uno ya no se siente en la libertad', dice David, quien aún visita a su familia en el residencial. Lo más urgente, opina, es la integración de líderes y residentes. 'Que se piensse en las vidas inocentes que pueden perecer, que no se tronchen sus sueños', pide la mujer.

Los mayores se saludan estrechándose las manos. 'Puerto Rico, patria mía, la tierra de mis amores', sale la música de una tumbacoco. Los carros se aglomeran contra un muro a un lado del campo atlético. Hay niños que corretean por la explanada verde.

'No podemos permitir la violencia, hay niños pequeños aquí, tenemos que hacer que crezcan con una mentalidad limpia', dice el líder comunitario Jerry Ramos, residente de Monte Hatillo. Ramos trabaja de noche. Antes de la balacera del miércoles, día en que tuvo que excusarse de su trabajo para refugiarse de las detonaciones, ya había escuchado ráfagas en las noches.

De un lado, se alza el edificio de más de diez plantas de Berwind, con el residencial de Jardines de Campo Rico detrás. Al frente, las unidades pintadas de marrón rojizo y amarillo de Jardines de Monte Hatillo. Las aceras están desiertas, salvo por tres policías que suben y bajan esporádicamente.

'Ellos vienen y van', dice Ramos. Desde la balacera, se ha incrementado la vigilancia. El helicóptero pasa todas las noches a la misma hora. Pero no es suficiente. Aún se desconfía, aún se siente miedo, admite. Y el Gobierno brilla por su ausencia, nunca se ha ocupado de la zona.

Epifanio Moreno, de 59 años, toma el micrófono. Forma parte de una de las primeras 20 familias que inauguraron las unidades de cuatro plantas de Monte Hatillo. En aquel entonces, deportistas de renombre impartían clínicas deportivas, trabajadores sociales y estudiantes se integraban con la comunidad, respondían todas las dudas, trabajaban mano a mano.

'Todo eso se puede traer de nuevo a los caseríos', dice Moreno. Moreno trae su carro lleno de compras para hacer una comida entre vecinos, trae los elementos para jugar softball. Cree fielmente en que actividades como esa podrían reunificar la zona. '(El Departamento de) Vivienda puede crear más programas recreativos, pero están aquí solo para cobrar la renta', critica.

Ver también: El portón de Monte Hatillo: reflejo del control de los narcos

(Gabriela Saker Jiménez para NotiCel)
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