El distanciamiento social absoluto no resuelve, solo posterga el problema
[OPINIÓN]
Escribo como catedrático del Departamento de Biología de la UPR en Mayagüez. Allí enseño microbiología y ecología, o sea, las interacciones de microorganismo con otras poblaciones incluyendo relaciones de parasitismo. Los virus son todos parásitos obligados pues dependen de un hospedero para reproducirse y propagarse.
Como todos, ando preocupado por la llegada del novel COVID-19 a la Isla donde el 100% de la población representa un hospedero potencial. Tras la detección de los ‘primeros’ casos y como medida cautelar se activó un toque de queda que busca minimizar la movilidad social para evitar un contagio acelerado de pacientes que rebasen la capacidad de acarreo del sistema de salud pública. Por estar a ciegas con un precario y tardío sistema de pruebas, me parece acertado y bien intencionado, aunque dicen en el campo que por mucho madrugar no amanece más temprano. ¿Podremos reclamar éxito si nadie más se enferma por el virus en las próximas dos semanas porque se imponga hasta una ley marcial?
Que se detengan todos los casos de coronavirus registrados en pacientes y en individuos portadores asintomáticos podría lucir victorioso. Pero se equivocan. Ese éxito sería una victoria a corto plazo, pero no resolvería el problema. ¿Por qué?
Tenemos cuatro tipos de individuos en la población: sanos, enfermos, portadores asintomáticos y curados. Para propósitos de ilustración asumamos que tenemos 20 casos confirmados de enfermos en un universo de todos sanos de coronavirus en la Isla. Digamos que en realidad son 10 veces más, o sea, 200 casos. Si por cada paciente enfermo hay cuatro portadores sin síntomas, entonces habría que sumarle 800 individuos. Si, tras la cuarentena en progreso, esos mil pacientes quedaran atendidos, aislados o curados, eso significaría que al finalizar el mes, el 99.97% de nuestra población estaría como al día de hoy: sin la enfermedad pero vulnerables a infección. Si durante la cuarentena esas 1,000 personas con coronavirus expusieron a otras 10,000 en aislamiento, aún así, el 97% de nuestra población estaría a principios del mes próximo sin defensa ni memoria alguna contra esta enfermedad. O sea, si una persona llegara sin detección a la Isla portando el virus como inevitablemente ocurriría, por cada 100 personas que se encuentre en su camino solo 3 de ellas serían inmunes a una infección por el COVID-19. Si fuera así, para ‘proteger’ a la mayoría de la población sería necesario un toque de queda indefinido.
A diferencia de otros virus de importancia humana como el polio y el sarampión, para este coronavirus no existe una vacuna. La vacunación es una estrategia de salud pública donde nos exponen a un ‘fraude’ del patógeno (se parece al polio, pero no lo es; parece sarampión, pero tampoco). Este encuentro forzado y controlado activa nuestro sistema inmunológico haciendo que el cuerpo genere memoria. De toparnos con el patógeno, nuestro cuerpo sabría defenderse mientras la prevalencia del patógeno en la población sería muy baja debido a la reducida disponibilidad de hospederos potenciales. Sin embargo, para que la vacunación funcione se requiere que la población general esté inmunizada. Por eso se impone el criterio de vacunación, pues la salud colectiva está por encima de la opinión individual. Cuando unos pocos deciden no vacunar a sus hijos, con el tiempo reemergen brotes como el sarampión en California y Nueva York. Eso no significa que se cuestionen las vacunas y su efectividad, esa controversia es real.
¿Pero qué significa esto para nosotros? Que ante la ausencia de una versión ‘fraude’ de coronavirus para vacunarnos, la inmunización de la población se da a las malas, o sea, con la exposición al patógeno real. Tras esta cuarentena en progreso, las preguntas serían: ¿qué porciento de la población está inmune? ¿El riesgo de propagación a personas vulnerables está lo suficientemente reducido para que el sistema de salud pueda manejar futuros casos?
Claramente, si nos escondemos todos y todas, en dos semanas saldremos “bien”, pero me temo que será una falsa ilusión de seguridad. El distanciamiento social es vital pero si un loiceño cruza la calle y camina por la playa, ese individuo estaría en un lugar seguro, abierto, donde el virus pudiera ser inviable por el calor, radiación y alta salinidad. Está en claro distanciamiento social y geográfico. El problema sería en conglomerados de personas, si hubiese un festival playero o fuera la Noche de San Juan. Si alguien en el Barrio Guilarte de Adjuntas sale a caminar por el bosque, esa persona está en distanciamiento social y geográfico, y no hay justificación racional para que un policía tampoco intervenga. Quizás las áreas naturales de Puerto Rico podrían ser buenos aliados para un sector de la población manejar la crisis. Es decir, para aquellos que viven cercanos al lugar, mientras la densidad de personas sea baja, con prácticas de higiene agresivas: los miembros de la familia que de todas maneras están acuartelados juntos.
Debemos salir de la impresión de que con dos semanas de aislamiento el problema estará resuelto y volveremos a la normalidad. Para la población de adultos mayores se requerirán de protecciones agresivas por un tiempo prolongado. Con el zika, han sido medidas de atención enfocadas hacia la población vulnerable (principalmente mujeres en gestación) la manera en que hemos superado o controlado su propagación a nivel poblacional.
Mire el problema que tengo recordando que el coronavirus es asintomático para el 80% de las personas y curable para la mayoría. Si hubiera estado expuesto al coronavirus antes de la cuarentena, al final de este periodo de aislamiento podría ir donde mis papás -jóvenes muy adultos- tranquilo de que no seré portador de la enfermedad. De lo contrario, significa que puedo ser portador silente de la enfermedad en un futuro, por lo que el riesgo de hoy seguirá latente mañana. Por eso es importante una monitoría masiva del coronavirus en la población, no solo para diagnosticar a los enfermos sino para identificar a los portadores y los curados.
El punto crítico a considerarse por los epidemiólogos y el gobierno es identificar qué sectores de la población y qué grado de movilidad social es apropiado para impedir una aceleración exponencial de casos a niveles insostenibles, pero que a su vez logren inmunizar a la mayor población de los menos vulnerables posibles. Quizás ese distanciamiento social deba ser hacia las poblaciones y zonas geográficas en mayor riesgo, con medidas agresivas que minimicen el intercambio con personas potencialmente infectadas. En un panorama de incertidumbre, este es el difícil desafío científico y la gran encrucijada que enfrentamos para definir la mejor política pública de salubridad en tiempos donde un huracán viral apenas asoma sus vientos de tormenta sobre nosotros.
*El autor es Director Ejecutivo de Casa Pueblo, en Adjuntas.