Julia B. Keleher, los valores y el Trabajo Social
Durante la presente semana ha surgido un caldeado debate en Puerto Rico en torno a la otorgación de un contrato por 17 millones de dólares de parte del Departamento de Educación al Joseph & Edna Josephson Institute of Ethics dirigido a 'fomentar' el desarrollo de valores en el estudiantado de las escuelas públicas del país.
Dicho contrato se da en el contexto del cierre de cientos de escuelas durante los pasados seis años, unido a la precarización severa en servicios sociales, de salud y recreativos fundamentales para el desarrollo pleno de la niñez y juventud puertorriqueña, al igual que para otros sectores vulnerados del país.
Este debate tomó un matiz particular cuando la secretaria de Educación, la profesora Julia B. Keleher, adujo que la razón por la cual no le delegaba la tarea de 'educar' en valores a los miles de trabajadores/as sociales ya contratados en las escuelas respondía a un problema de 'gerencia' y 'liderato' dentro de dicho gremio. Las expresiones de la secretaria crean una coyuntura adecuada para reflexionar respecto al rol de los/as profesionales del Trabajo Social en el contexto escolar y sobre el papel de los valores en el desarrollo de la vida cívica del Puerto Rico de hoy.
Desde una visión hostosiana, cuando se aduce a los valores se hace referencia a un conjunto de comportamientos y creencias que llevan a la persona que los posee a actuar de manera tal que busque el bienestar colectivo del grupo social del cual forma parte, entiendase: una familia, escuela, comunidad, pueblo o inclusive nación. De tal manera, se puede identificar entre dichos valores: el amor a la patria, la aceptación de la diversidad, la lealtad, entre muchos otros.
La concepción de los valores medulares para el desarrollo de un colectivo social siempre será un proceso cambiante y dinámico, debido a que la articulación de los mismos responderá a los diversos entendimientos dentro de una sociedad respecto a las aspiraciones colectivas y los medios para llegar a ellas.
La adquisición de un conjunto de valores por parte de una persona se da mediante un complejo proceso de socialización a traves del cual esta internaliza las formas más adecuadas de relacionarse con el prójimo, mediante las cuales procure alcanzar un bien colectivo común.
Pongo, a modo de ejemplo, mi experiencia en la adolescencia a traves de la práctica del karate. Mis compañeros/as y yo, como grupo, antes de comenzar cualquier práctica, teníamos la obligación de recitar el Dojo Kun, o credo del dojo, el cual contenía un conjunto de preceptos eticos considerados ineludibles para la práctica del deporte. El mismo leía: perseguir la perfección del carácter, ser fiel, esforzarse al máximo, respetar a los demás, refrenarse ante toda conducta violenta.
Si bien, el mencionar dichos preceptos era considerado importante para el ejercicio del deporte, la adquisición de los valores mencionados en el mismo no se daba mediante su recitación, sino a traves del conjunto de experiencias que ocurrían entre los jóvenes que practicábamos el deporte; entiendase: el procurar continuamente por el bienestar del otro, el esfuerzo por lograr un mejoramiento continuo como colectivo, el apoyo que ofrecían los/as jóvenes más experimentados a quienes se iniciaban en el deporte, entre otras experiencias.
Esbozo lo anterior para explicitar que el plantear que los valores se pueden 'enseñar', a modo de catecismo, mediante unas clases que se le ofrecerán a un grupo de niños/as o jóvenes, constituye una falacia de raíz; ello ante la imposibilidad de 'aprender' valores mediante un mero proceso de instrucción bancaria. Ante ello, cabe preguntarse: ¿que puede motivar entonces al Departamento de Educación a contratar a una compañía extranjera, al son de 17 millones de dólares, para 'implementar' un programa fundamentado en unas premisas falsas cuyo resultado no tendrá implicación alguna en el desarrollo positivo de la niñez y juventud de Puerto Rico?
Frente a la pregunta anterior hay una respuesta evidente: 'el tumbe', proceso mediante el cual las administraciones de las pasadas decadas han quebrado al gobierno, y junto a el las posibilidades de un desarrollo pleno para nuestra sociedad, especialmente para los sectores más vulnerados de nuestro país. Sin embargo, planteo que 'el tumbe' no es la única razón que mueve a esta administración gubernamental a contratar a esta compañía para la 'enseñanza' de valores en las escuelas públicas. Con dicha contratación se tiene, además, una intención ideológica.
En la medida en que el Estado asume la 'necesidad' de 'enseñar' valores en las escuelas públicas está aduciendo, implícitamente, que la niñez y juventud que participa del sistema de instrucción pública, incluyendo a sus familias, no tiene valores, por lo cual se hace necesario que el gobierno asuma la responsabilidad de enseñárselos. Dichas premisas le sirven a su vez al gobierno para achacarle a dicho sector poblacional la responsabilidad por los graves problemas sociales que afronta el Puerto Rico de hoy, lo que a su vez lleva al gobierno a desvincularse de dicha responsabilidad.
El mensaje implícito detrás de este programa es 'si hay tanta criminalidad en Puerto Rico, es porque las familias no tienen valores', 'si la violencia en las comunidades escolares ha aumentado, es porque el estudiantado carece de moral'. Dicha concepción es, además de errónea, sumamente estigmatizadora, ello considerando que la gran mayoría del estudiantado de las escuelas públicas del país proviene de sectores empobrecidos.
Se crea así una falsa vinculación entre la niñez/juventud, la pobreza y la falta de valores, lo que lleva a concebir a las familias que participan del sistema de instrucción pública como las responsables de los graves problemas sociales del país. Lo antes mencionado es una clara ejemplificación de la psicologización de los problemas sociales, proceso mediante el cual se responsabiliza a la persona por las consecuencias que los procesos de opresión estructural han tenido en ella.
Tanto los/as profesionales del Trabajo Social, como el magisterio puertorriqueño, han asumido históricamente, como parte de su quehacer profesional, el fomentar procesos dentro de las comunidades escolares que viabilicen el desarrollo de valores en el estudiantado; destacándose entre dichos esfuerzos las diversas organizaciones estudiantiles dirigidas a que los/as estudiantes adquieran destrezas específicas, unido a experiencias de vida que los lleven a visualizarse como ciudadanos con un alto deber etico-político con nuestro país.
Ejemplo indiscutible de ello lo constituyó el joven estudiante que, recientemente, partiendo de las experiencias obtenidas mediante un grupo de literatura establecido en su escuela, le escribió y dedicó una canción a la secretaria de Educación mediante la cual reflexionaba sobre la atención del gobierno al sistema de educación pública, demandado el derecho humano a una educación de excelencia.
No nos podemos dejar engañar. Los diversos profesionales del escenario escolar llevamos años fomentando los valores necesarios para el pleno desarrollo de la niñez y juventud del país. Las dificultades en nuestras escuelas no están vinculadas con la 'falta' de valores; sino con los efectos de un sistema gubernamental corrupto que, cada vez más, atenta contra el bienestar integral del presente y futuro de nuestro país. Es ahí, en todo caso, donde se debe atender la ausencia generalizada de una moral social que guíe su proceder profesional.
*El autor es trabajador social.