Islandia sigue siendo el único lugar del mundo donde sus ciudadanos no permiten que los banqueros sigan siendo ricos y permanezcan en libertad después de arruinar las arcas privadas y públicas del pueblo.
Cuando en todo el mundo millones de personas pierden sus casas o no pueden hacer frente a los pagos de sus préstamos mientras que los estados destinan miles de millones de dólares para rescatar bancos, los islandeses están decididos a hacer pagar a los responsables.
En Islandia, si los bancos quiebran, sus directivos pueden ir a la cárcel sin que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas, publica El País.
Es una isla donde apenas medio millar de personas armadas con peligrosas cacerolas pueden derrocar un Gobierno.
El pedazo de hielo y roca volcánica que un día fue el país más feliz del mundo (así, como suena) y donde ahora los taxistas lanzan las mismas miradas furibundas que en todas partes cuando se les pregunta si están más cabreados con los banqueros o con los políticos.
Uno de los más buscados por la Policía islandesa era Sigurdur Einarsson y aparecía en los avisos de ‘se busca’ con un traje de 2,000 dólares, bien afeitado y un buen recorte de pelo.
Era el presidente ejecutivo de uno de los grandes bancos de Islandia y el más temerario de todos ellos, Kaupthing (literalmente, ‘la plaza del mercado’; los islandeses tienen un extraño sentido del humor, además de una lengua milenaria e impenetrable).
Einarsson ya no está en la lista de la Interpol. Fue detenido hace unos días en su mansión de Londres. Y es uno de los protagonistas del libro más leído de Islandia: nueve volúmenes y 2.400 páginas para una especie de saga delirante sobre los desmanes que puede llegar a perpetrar la industria financiera cuando está totalmente fuera de control.
Nueve volúmenes: prácticamente unos episodios nacionales en los que se demuestra que nada de eso fue un accidente. Islandia fue saqueada por no más de 20 o 30 personas. Una docena de banqueros, unos pocos empresarios y un puñado de políticos formaron un grupo salvaje que llevó al país entero a la ruina: 10 de los 63 parlamentarios islandeses, incluidos los dos líderes del partido que ha gobernado casi ininterrumpidamente desde 1944, tenían concedidos préstamos personales por un valor de casi 10 millones de euros por cabeza. Está por demostrar que eso sea delito (aunque parece que parte de ese dinero servía para comprar acciones de los propios bancos: para hinchar las cotizaciones), pero al menos es un escándalo mayúsculo.
Islandia es una excepción, una singularidad; una rareza. Y no solo por dejar quebrar sus bancos y perseguir a sus banqueros. La isla es un paisaje lunar con apenas 320.000 habitantes a medio camino entre Europa, EE UU y el círculo polar, con un clima y una geografía extremos, con una de las tradiciones democráticas más antiguas de Europa y, fin de los tópicos, con una gente de indomable carácter y una forma de ser y hacer de lo más peculiar.
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