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Cangrejeros de residencial devuelven la mano, con baloncesto, a niños de caseríos

Más de 200 menores que residen en complejos públicos de la capital llegaron hasta el coliseo Roberto Clemente para participar en una clínica deportiva del equipo del BSN, que tiene entre sus filas a jugadores del mismo origen.

Ángel Matías da instrucciones a un menor, que como él cuando niño , es de un residencial público.
Foto: Luis Alberto Lopez

Sair Henríquez, de 5 años, con sus diminutos 3’5” de estatura, mira asombrado a la “torre” que tiene a su lado: se trata del hatiano Skal Labissière que, con sus 6’10”, mira hacia abajo, ve al pequeño que casi le llega a las rodillas y solo atina a reír en medio de la clínica de baloncesto que ofreció en la tarde de hoy el plantel de los Cangrejeros de Santurce en el coliseo Roberto Clemente.

Henríquez, que vive en el residencial Manuel A. Pérez, fue uno de los 215 niños de complejos públicos de la capital que llegaron a la cancha donde el plantel del equipo santurcino ya está de pie y dando instrucciones a los niños.

A un lado del rectángulo, con chancletas, José Juan Barea, se dedica a cumplir su rol a la perfección: regala sonrisas para las innumerables “selfies”, firma camisetas y, con una infinita paciencia, habla con todo aquel que se le acerca.

Dentro de la cancha, hay varios jugadores que, con su participación en la clínica de baloncesto, están devolviendo la mano a los niños que hoy tienen a su lado porque, como ellos, provienen de residenciales públicos. Y pese a que están en la cima, cumplen su tarea con pasión. No hay desgano y sí la garantía de que esos menores encestarán una sonrisa.

Ángel Matías es nacido y criado en el residencial Rafael “Falín” Torrech de Bayamón y no lo olvida, lo mismo que Filiberto Rivera y el entrenador Iván Ríos. “Para mí esta actividad es súper grande, yo vengo de un residencial en Bayamón y me hubiese gustado que para los tiempos en que estuve ahí hubieran tenido actividades como esta, de equipos profesionales, que toman la iniciativa y llevan un poquito de conocimiento y de lo que hacemos en práctica”, afirma Matías.

Parece emocionarse Matías: “Esto para mí… cada vez que puedo ser parte de esto, lo hago. Me llama la atención, tengo una niña de cuatro años. Me gusta compartir con los niños y llevar un mensaje, una ética de trabajo, dejándoles saber que sí se puede. Que no importa de donde vengan ni la circunstancias que sucedan en el camino, con trabajo y deseo, si uno se lo propone, uno puede sobresalir. La verdad es que me parece muy bien estar aquí. Ellos (los niños) vienen de donde yo vengo y hay que decirles que sí se puede y somos modelos a seguir”.

“Yo lo pude lograr. Yo hoy vivo del baloncesto. Mantengo a mi familia gracias al baloncesto y amo lo que hago, porque así me crié y si yo lo logré, yo sé que ellos pueden. No fue un camino fácil, pero me encantaba ir aprender y mi papá me dijo que tenía que seguir mis sueños y hoy en día los cumplo”, asegura.

Karla Cortijo, exjugadora de la WNBA y asistente del coach Iván Ríos, da instrucciones a un grupo de niños. Su técnica sigue intacta y sus conceptos son claros: “Hay que dar para la comunidad y es importante que estos niños estén aquí compartiendo con Barea, Gian Clavell, que son atletas de alto rendimiento, así como conmigo, porque muchas veces las niñas no tienen ese modelo a seguir, sobre todo en un ambiente masculino. Lo importante es que estos jóvenes vean futuro en el deporte, en el baloncesto, y que pueden seguir adelante. Además, como algunos nacieron y se criaron en residencial, yo sé que hay jóvenes que han venido a la clínica que se pueden relacionar con ellos por su pasado”.

La actividad no se detiene en el coliseo. La comentarista de los Cangrejeros, Xiomara Ríos, micrófono en mano, da las instrucciones a los jugadores que ocupan la cancha con distintas estaciones.

Skal Labissière aconsejando a un niño antes de lanzar a la canasta.
Foto: Luis Alberto Lopez

Mientras, Barea sigue en lo suyo, pero se da tiempo para comentar que “estas son cosas que hay que hacer. Yo creo que esto es bien importante para los niños en Puerto Rico. Y sacar un poquito de nuestro tiempo para compartir con ellos es necesario para nosotros y para ellos. Esto nos da energía a nosotros y yo disfruto de esa energía de los niños, de contestarles preguntas, de que tengan la oportunidad de conocernos”.

Con tres hijos, el canastero sabe ya lo que es conectar con los niños: “Yo cuando tenía la edad de ellos, conocer a un jugador de la NBA me motivaba, me daba mucha energía para seguir trabajando”.

Barea y su paciencia infinita para atender a todos.
Foto: Luis Alberto Lopez