Crónica de una primera vez
A las primeras veces de lo que sea siempre le preceden períodos de ansiedad, y si a uno no le ha salido perfecto el plan de preparación... pues peor.
Ése era el escenario cuando a eso de las 5 pm tomé posición como una de las 11,357 personas que se habían inscrito en la carrera de 10 km sobre el Puente Teodoro Moscoso. 'World's Best 10k' le dicen sus organizadores con excepcional sentido de modestia.
Pero, bueno, yo a las 5 pm, con tenis en asfalto sin poder echar pa'trás, necesitaba que la fuerza me acompañara, por lo que me quedé bastante preocupado con tener a una Lady Vader, con máscara y capa, un par de filas atrás. No me fijé si tenía su espada de luz, pero a mí me hubiera venido bien una para, en los primeros minutos de la carrera, salirme de atrás de una señora que ya había corrido el maratón de la vida y que se había tomado a pecho la parte de 'camínalo' del lema 'córrelo o camínalo'.
Pronto aprendí que en esta carrera se 'corre' para el lado tanto o más que para el frente. Segregar mejor los caminantes de los corredores sería una buena modificación a este evento que, de otra forma, sería prácticamente perfecto.
Digo, el tapón se va abriendo mientras más se avanza, porque vamos quedando menos. En el primer tramo no le perdía, literalmente, pie ni pisá a la marcadora de 55 minutos, lo cual quiere decir que mientras la tuviera cerca acabaría más o menos en ese tiempo. Fue una total osadía de un primerizo, pero era la que tenía al frente, así que la seguí.
El plan estaba trabajando bien: música escogida para no notar el paso del tiempo, 'Olé' de Coltrane estuvo tocando los primeros 18 minutos y entre eso y mantener la vista en el asfalto, para no darme cuenta de lo mucho que faltaba, me pude aislar bastante. Ni a Pedro Rosselló divisé, su hijo Ricardo corría con el número 51, alguien puede creer semejante charrería?
Cuando por poco no entro entre los 9,288 que acabaron, fue en el sexto kilómetro, ya como que el escape mental no funcionaba, y ya mi novia, quien me sorprendió un día con la inscripción unilateral, me había dejado atrás.
Pero entró el segundo aire y, sin ninguna Lady Vader cerca, seguí hasta el temido cruce con la avenida Barbosa. Después de eso, parece que se acaba, pero sólo lo parece. Ni física, ni visualmente, se divisa la llegada. La desesperación asomaba la cabeza, pero no contaba con la astucia de Matos Walton, el 'Chapulín Colorado', quien salió de la nada para plantárseme al frente. Le robé un poquito de los aplausos para el último empuje y cruzar el arco inflable a la 1.01.49. Irvis, que es la corredora de la casa, había cruzado casi dos minutos antes.
La alegría fue profunda, pero se vió muy asediada cuando justo me pasa por el lado Fernando Alicea, el que corría llevando a cuestas un tronco de 80 libras! en honor a Lorencito.
A lo mejor para la segunda vez cargo algo además de la ansiedad...