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La muchacha esta con la que estoy saliendo

En estos tiempos, no hay prueba más clara del funesto estado de nuestras relaciones que las maromas a las que nos sometemos cuando nos referimos al otro o a la otra, al objeto de nuestros afectos.

Hay quienes la tienen fácil: pueden decir, ese es mi marido o esa mi mujer, ese es mi esposo o esa es mi esposa, y la precisión de esas palabras refleja un vínculo preciso, nos guste o no nos guste el contenido. Pero los demás, los modernos y los enmarañados, se hacen un ocho intentando ampararse en las pocas palabras que existen, construyendo artilugios del lenguaje cuando se refieren a su pareja como mi compañero o mi compañera, lo que deja en el paladar el mal gusto de la militancia. Qué se puede decir de la torpeza de mi novio o mi novia, del excesivo arrojo de mi amante, y del insustancial mi jevo o mi jeva. A mi parecer, utilizar mi nena o mi nene es cute en privado, pero en público es una cursilería que raya en lo infantil. Condenados como estamos a la duda semántica, en la desesperación le metemos mano a términos desproporcionados: la mía, el mío, el tuyo, ese que te dije. Hasta que comenzamos a usar frases larguísimas como el tipo con quien estoy viviendo o la muchacha ésta con la que estoy saliendo, lo cual a decir verdad, es un verdadero desperdicio de saliva.

Ya sabemos que el nombrar es una manera de poseer, o al menos de ordenar la realidad en la medida posible, que es poco. Es decir, que si no sabemos nombrar al otro es por una de dos razones: porque no sabemos ser y estar o porque el lenguaje no ha alcanzado a describir la complejidad de lo que estamos viviendo. Si es lo primero, parece que padecemos una vaguedad sustancial y sustantiva: desconocemos el contenido que pretendemos del otro y hemos olvidado por dónde pasa la frontera de nuestros propios límites. Si es lo segundo, no hay que desesperarse. No es hasta el año 2014 que el diccionario de la Real Academia de la Lengua incluyó la palabra culamen, tan sencilla y descriptiva. Y la palabra matrimonio incluyó en su definición un matiz: 'En determinadas legislaciones, unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses'. De manera que mientras el corazón se vuelve un garabato ensayando nuevas maneras de quererse, bien podemos dedicar algo de nuestro tiempo a inventarnos una nomenclatura sentimental que haga sentido. Suena revolucionario? No más revolucionario que espanglish, bloguero, y link, otras palabras que hicieron su debut formal este año.

*La autora escribe en el blog Coa La Macacoa sobre sus observaciones y experiencias, personales y cívicas, del pasado y del presente, y hasta del futuro cuando se atreve.

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