Un susto sin pelos
Cuando el encuentro con un jevo se convierte en algo casual - aunque no formal- se establece cierta confianza que supera la que naturalmente sostengo con todos y todas los que he compartido intimidad.
Digamos, pues, que esa es lo que había pasado entre mi calvo cuarentón y yo aunque se pasara renegándome por el evidente miedo -sin necesidad- que tiene al compromiso.
Bueno, que cuando regresamos del paseo de Isabela, como saben, nos quedamos viendo una peli. Y esa noche, entre la dulzura, el deseo y el cansancio, nos dejamos llevar.
Ufffffff! Qué rico, como siempre, pero que susto más incierto.
Hoy, precisamente, se cumplen dos semanas desde entonces.
Cuando la cosa se fue poniendo más intensa, desde que comenzamos a frecuentar, le había pedido que se hiciera las pruebas de todas las enfermedades de transmisión sexual. Todo resultó negativo, al menos eso decía el expediente médico colgado de la nevera; esa era la menor preocupación.
Disfrutarnos sin protección era habitual. Al menos entre él y yo. El acuerdo estaba claro.
El retraso de la regla me provocó gran pavor. No había querido hacerme la prueba porque el calvo estaba tarde para un hijo.
Eran muy pocas las veces que no me llegaba a tiempo. Y aquella noche su leche eruptó como volcán dentro de mi.
Mis dedos ya estaban entumecidos por tanto que me había comido las uñas en los últimos días. El apetito, por el desespero, exigía antojos y me provocaba nauseas. En fin, estaba ansiosa, en espera que la tan detestada Mrs. Bloody diera señas de vida.
Esta mañana las manchas en el 'pantie', uffff, finalmente me hicieron llamar con emoción al calvo.
'Felicidades, no eres papá!', dije.
'Qué dices?', insistió.
Felicidades, repetí. Colgué, llamé a mis amigas y les dije que cancelaran todo nos ibamos de fiesta.
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