Un viejo de la infancia
Desde el cuarentón calvo que me dejó pero que sigue volviendo, los más jóvenes me parecen muy chamaquitos. Pudiera hasta sonar irónico porque hace un año, cuando tuve aquel encuentro con el 'Culebronpr' me parecía un viejo verde. Tal vez su situación anímica/emocional tampoco ayudó mucho, lo hacía sentir mucho mayor de lo que era.
La verdad es que muy pocas veces me conseguía jevos mayores que yo, no me atraían. Digo, no es que yo sea una rompecuna, pero la mayoría han sido contemporáneos. Pocas veces me llevaban más de cinco años.
Ahora, que hayan vivido por lo menos una década más que yo es el nuevo 'sex appeal'. Tan así que los otros días se me dio con un vecino de la infancia.
El Licen, como le digo de cariño porque es abogado, vivía a dos calles de la mía y tenía que pasar por casa para llegar a la suya. Por eso, siempre estaba pendiente por si pasaba para deleitar mi vista.
A veces se detenía a saludar y me montaba conversación. Ni recuerdo de qué me hablaba, de seguro los intercambios eran muy breves. Tal vez no teníamos mucho de qué hablar en aquel entonces por la marcada diferencia de edades.
Recuerdo que una que otra vez, cuando empecé a descubrir mi Templo, jugaba a nombre de él. Pensar en su cuerpo de hombre alto, delgado, conocedor de la vida y de mirada coqueta me humedecía.
Su padre era y es muy amigo del mío. De hecho, yo soy como una hija para él y todos los sábados, por una época, nos íbamos su padre, el mío y yo a desayunar. Él nunca fue porque siempre andaba en lo suyo.
Fui creciendo y cuando coincidíamos en algunos jangueos ya teníamos bastantes temas de qué hablar: de la política y de cómo reconstruir el país y el mundo. Pero hasta ahí quedaba.
Los otros días, o mejor dicho hace algunas semanas ya, inesperadamente y después de algunos años sin verlo, me topé con él en la inauguración del restaurante de un amigo que tenemos en común. Justo cuando me iba choqué en la puerta con el príncipe negro y más apuesto que había en el local.
Nos quedamos conversando como por una hora hasta que tuve que irme. Claro, no sin antes haber intercambiado números telefónicos. En esta ocasión fue El Licen el que hizo la movida.
Al cabo de unos días me llamó y me invitó a dar un paseo. Conversamos largas horas y nos reímos como no lo hacía hace mucho tiempo.
No quise dañar el momento, que inconscientemente había esperado desde hace casi dos décadas, cuando me invitó a subir a su apartamento.
Me despedí con unos cuantos besos candentes y lo dejé sentir mis pechos en sus grandes manos.
Acepté una invitación a cenar mañana en la noche. Ya les contaré…
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