Mi meteórica carrera política
Estoy escribiendo esta columna por la carcajada que echó mi amigo Hermes cuando le dije recientemente que había corrido para la presidencia del Partido Popular y no me creyó.
A finales de 1974 me encontraba en uno de esas tantas bifurcaciones existenciales que nos presenta la maestra vida.
Había renunciado a trabajar en Hacienda Don Tomás por diferencias con mi amado padre, que ahora con el tiempo me doy cuenta de lo mucho que me quería, pero que en aquel momento de rebeldía juvenil no lo entendía.
Una tarde de septiembre de ese año, acompañé a Marco Rigau a un almuerzo que tenía con Juan Manuel García Passalaqua y Bobby Rexach Benítez en un comivete de la avenida Roosevelt y mientras hablaban ellos en la mesa, surgió en la conversación la manera - para ellos- dictatorial de Rafael Hernández Colón de 'no permitir' que nadie lo retara para el puesto de Presidente del Partido Popular, que en el mes de noviembre celebrarían las primeras Elecciones Internas de dicho partido.
Dentro de mi visión juvenil, pensé que era hasta antidemocrático que el gobernador de Puerto Rico fuese a su vez presidente del partido y así que hice una pregunta que para muchos pareciera tonta.
Por que nadie se atreve a retarlo? pregunté al gallardo grupo de politólogos reunido y como coro de catedral del medioevo me contestaron en polifonía que 'nadie se atreve a retarlo porque le 'le cortan la cabeza' en el partido.
'Que hay que hacer para retar a Cuchín?' pregunté, y me dijeron que cualquiera que tuviese los pantalones en su sitio lo que tenía que hacer era ir a las oficinas del partido y radicar su candidatura.
No les dije nada y al otro día por la mañana, acompañado por mi hermano Toño, visitamos la Junta Estatal de Elecciones que estaba localizada en Hato Rey y entré a esta oficina llena de gente que estaba radicando sus candidaturas para las miles de posiciones que tiene la maquinaria política.
Recuerdo que llegué a radicar mi solicitud y pregunté a una empleada que donde tenía que llenar la solicitud. La señora, que tiene que haberse retirado con una buena pensión gracias a sus servicios a la patria hace buen tiempo, preguntó si levantar los ojos de sus papeles, para que puesto estaba radicando y al contestarle que era para el puesto de Presidente del Partido, salieron todos los ejecutivos de sus oficinas, algunos que yo conocía de la universidad y comenzaron a tratar de convencerme que no fuera 'iluso', que no cometiera esa estupidez y que me iba a 'cortar las patas' en la política.
Uno de los directores de la campaña comenzó a reírse a carcajadas, alegando que no podía radicar mi canditura porque no tenía fotos y no me iba a dar tiempo en llegar a tiempo, antes que cerraran las oficinas.
Sin embargo, en la misma solicitud decía que se podía utilizar alguna insignia por si uno no deseaba utilizar su foto y con un 'magic marker' escribí en una hoja de papel la palabra 'Vox Populi' término que recordaba de mis clases de latín de escuela superior.
Al otro día, para sorpresa mía, todos los periódicos reseñaron la noticia de mi radicación de candidatura y mucho columnistas trataron de analizar mi radicación desde su punto de vista, cada cual del lado que le convenía.
A todo esto, sólo pensé que estaba reaccionando democráticamente a un situación que consideraba todo lo contrario.
Durante el periodo de campaña, no participé en ninguna concentración ni me preocupé por el resultado de las elecciones, porque no era importante.
Por cierto, esta semana me enteré, gracias a la fundación Rafael Hernández Colón que saqué 4,868 votos contra 157,613 de mi oponente, con el que pocas veces he cruzado algún tipo de palabra.
Una cosa saqué de esas elecciones. Nunca he dejado de votar desde entonces y hago lo posible por utilizar mi conciencia, valorando el derecho al voto como si fuera la única herramienta disponible para hacer valer la 'democracia' que vivimos en esta bendita parcela de terreno.
Al morir mi madre, hace ya más de un año, mis hermanas recogieron una caja que ella había guardado para cada uno de los hijos y allí encontré una papeleta de aquella elección, como si fuera un recuerdo de su amor entrañable.
No hay manera de predecir cuando los puertorriqueños tendremos la oportunidad real de escoger nuestro destino a través de las urnas, pero mientras ese día llegue, los políticos de temporada deben reconocer que está en manos de otros.