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No siempre hay que decir que sí

Una vez, después de varios años desde que habíamos gozado de algunos encuentros íntimos-casuales, volvimos a coincidir.

Viniste a la Isla de vacaciones por algunos meses y, finalmente, entre cosa y cosa, logramos concertar un buen compartir. Nada especial, escogimos el área Norte para un poco de turismo interno: playa, cuevas y bebidas locales.

Los cocos con whisky -literalmente hablando- estaban mucho más cargados de lo que habíamos imaginado y previsto. Por suerte, íbamos picando frituras entre trago y trago. Sino, muy probable antes de que cayera el sol hubiéramos quedado 10-7.

El plan era visitar varios lugares, pero por alguna extraña razón nos convertimos en centro de atención y siempre terminábamos hablando con los que iban y venían; nunca nos pudimos ir. La verdad es que el escenario de la costa norteña, además, estaba muy hermoso.

Entrada la tarde fuimos en busca de buena comida, luego cada uno se dio un buen baño. Aunque teníamos la opción de quedarnos por esos lares, preferimos regresar a San Juan.

Como realmente no tenías casa en el área metro, te invité a dormir en mi pequeño apartamento. No me pareció, hasta entonces, que tuvieras la intención de recrear una de esas escenas de las que tanto habíamos disfrutamos hace media década.

Vimos una película y hablamos hasta quedarnos dormidos, poniéndonos al tanto y recordando buenos tiempos. Ya en el quinto sueño, sentí un cosquilleo por la espalda y en la batalla del abrir y cerrar los ojos, me percaté que eras tú acariciándome. Te dije que mejor siguieras durmiendo. Al rato, sentí un peso encima de mi cuerpo; eras tú, aprovechando que yo descansaba boca arriba, tratando de seducirme.

Cuando te pregunté, dijiste algo de que querías disfrutar, como en los viejos días en los que yo te despertaba a las tantas de la madrugada para manifestar el cariño mutuo con nuestros cuerpos o mejor dicho controlar el calentón que se apoderaba del Templo Sagrado que habita entra mis piernas.

Mi querido amigo, te contesté, ahora son tiempos distintos. Te equivocas si pensabas convencerme mientras dormía, ahora no tengo ganas.

Esa noche seguí durmiendo, desperté temprano para ir al trabajo y tú en vez de quedarte como acordamos, te marchaste a la misma hora. Por algunos meses nos dejamos de hablar, tú supongo que por la vergüenza del rechazo, y yo por que tenía que superar el incómodo encuentro contigo, querido amigo.