Deuda y demagogia
Sobre finales de los 80, mientras vivía en Nueva York, era imposible no tropezarse con el cartel de la deuda pública de Estados Unidos. Era un inmenso letrero luminoso, que automáticamente rotaba por segundo cada centavo en que aumentaba la deuda para convertirse en 1 dólar a los cien segundos, que se sumaban a la cifra final, que tambien cambiaba y era casi incomprensible por la cantidad de ceros que la adornaban.
Uno de los avisos estaba en pleno Times Square y era imposible no verlo. Otra cosa era comprenderlo, asumir desde la automatización que genera toda ciudad en el individuo, la gravedad de la situación. Como un autómata más, lo vi muchas veces pero no capté el mensaje hasta que otra alarma también enorme e iluminada se me instaló en los ojos y en la mente.
Tomaba café con las infaltables croissants en una de mis 'bakerys' favoritas, en la Sexta Avenida casi con la calle 42, a un par de cuadras del diario donde trabajaba, cuando a través de uno de los ventanales fijé la vista en otro cartel idéntico al de Times Square y por primera vez, durante largos minutos, seguí el ritmo del aumento de la deuda pública hasta que la cifra, cambiante, me aterró. Nacido y criado en un país, Argentina, en el que la inflacción pulverizaba la moneda a diario y con una deuda externa que aumentaba también vertiginosamente ante la indiferencia de la sociedad completa, me sorprendí pensando que mi destino era repetir la historia, mi historia sociológica, fuera donde fuera.
Poco más de 20 años después de este cuento, el Congreso debate - mientras escribo estas líneas - una propuesta republicana de aumentar el tope del endeudamiento hasta 2012 y equilibrar en parte la jugada obligando al gobierno demócrata a bajar en varios miles de millones su presupuesto.
La movida de los republicanos es obvia y aprovecha este tema, que no es precisamente para politiquear, para empatarle la pelea a Obama con la mira puesta en las elecciones de 2012: si el presidente 'ganó' la reelección al día siguiente de la muerte de Bin Laden, la deuda pública ofrece la posibilidad de asfixiarlo para que llegue a las elecciones agotado, acosado por una crisis económica grave; y sabido es que el electorado estadounidense, apenas el 54% más o menos que vota del total de los inscriptos, vota con el signo dólar en la mente.
Por supuesto que la deuda es un asunto serio para Estados Unidos, un país que ya no es el mismo de antes cuando, por ejemplo, General Motors era la reina universal y hoy apenas si puede sobrevivir con el empuje de los japoneses en el mercado automotor, y ahora con los coreanos peleando el bizcocho; con una inversión china, japonesa y árabe en las principales industrias y cadenas comerciales en su propio territorio -donde nombres símbolos como Rockefeller y Holywood hace rato que fueron captados por la inversión extranjera- y con algunas declaraciones de funcionarios económicos europeos que anticipan que el dólar ya no será la moneda de referencia internacional frente al euro, en un futuro cercano.
Claro que el asunto es serio para Estados Unidos.
Pero también es grave, por su objetivo de manipulación de la gente, el pulseo, la demagogia y el debate mediocre en ese mensaje que la dirigencia republicana instaló hace varios días en la opinión pública -aumentado exageradamente por los medios que han convertido la noticia en un 'reality show'- sobre la posibilidad de cesar los pagos a veteranos y a los beneficiarios del Seguro Social, dos sectores medulares de la sociedad, y que fue diseñado para instalar paranoia en la gente más que en la posibilidad cierta de incumplir con esos pagos.
Sí alguna vez eso sucediera, creo que asistiríamos a un estallido social muy común en nuestra Latinoamérica pero impensable hasta hoy en Estados Unidos, y probablemente cada uno de estos dirigentes que hoy especulan con el tema tendrían un profundo remordimiento de conciencia.
Suponiendo que tengan conciencia.