Un lente boricua en el alma de Haití
El fotoperiodista Ricardo Arduengo habla de su experiencia en Haití, de sus sorpresas y de sus peligros
Cinco días después del asesinato del presidente Jovenel Möise, el puertorriqueño Ricardo Arduengo Berríos aterrizó en Haití para documentar como fotoperiodista el ambiente que se vive en ese país, históricamente atribulado, caótico y hasta extrañamente embrujado.
Es un país de incertidumbre, de cierta indiferencia y sumamente desconfiado. Contradictoriamente, a nivel individual existe una especie de conformidad que se hace inexplicable.
Todas esas sensaciones las ha vivido, una y otra vez el fotoperiodista boricua, destacado en esta ocasión en Haití por la agencia internacional Reuters.
Haití es el país más pobre en América Latina y en la región del Caribe. Y según datos del Banco Mundial, su economía es la 170 del mundo. Sólo se cuentan 19 países más pobres.
Han atravesado pandemias como el cólera, terremotos, derrocamientos de poder, la crisis del covid-19, severa y entronizada corrupción y más recientemente el asesinato de su Presidente. Viven en una situación política en que no se sabe quién manda, más allá de los intentos oficiales de proyectar normalidad ante la cotidiana anarquía.
El 7 de julio pasado, buena parte del mundo se levantó enterándose asombrado porque habían asesinado al presidente Möise, de 53 años y líder del partido Tèt Kale. Esa es la truducción para “cabeza calva” en criollo haitiano, o “creole”, de poco menos de una década de formación, visto después de una elección en la que se percibía cierta esperanza, como uno más lleno de corrupción y disfuncionalidad. Otro más, una vez más.
Las noticias corrieron con prisa y se difundió de manera precipitada que su esposa, Martin Möise, de 47 años, también había sido asesinada. En realidad, había sido trasladada a un hospital en Florida, Estados Unidos, donde fue estabilizada y desde donde emitió declaraciones en las que daba las gracias a los ángeles que le habían salvado, acompañadas de una foto que encerraba profunda miseria personal, la misma que su pueblo ha cargado por años.
Es la recurrencia de la tragedia que tal vez explica lo que Arduengo percibe más allá del lente. Y aunque ha visto el dolor de los haitianos tras cada tragedia, y la ha plasmado en cientos de fotos, incluyendo las del terremoto de 2010, no deja de sorprenderse ante la respuesta de los haitianos a sus desgracias.
“Llegué el primer día que abrieron el país después del asesinato. Aquí no ha pasado nada. Es increíble. Ni una flor pusieron donde asesinaron al Presidente y trataron de asesinar a su esposa. Nada”, relató el fotoperiodista destacado en el área por la agencia internacional de noticias Reuters en conversación telefónica y semi interrumpida con NotiCel.
Como fotoperiodista, su misión es transmitir en una foto la realidad de lo que cubre. Y en esa tarea, se ha visto en medio de escenas peligrosas.
“Este país es bien volátil y uno no sabe con qué se va a encontrar. Uno tiene que prepararse para lo peor, esperando que no sea tan malo”, dijo Arduengo, quien sale diariamente “emperifollado” a su cobertura. “Emperifollado” de casco, chaleco antibalas, traductor, e identificaciones de Prensa. Pero la prensa no es sagrada ni seguida en ese país desconfiado de lo más mínimo. Todo lo contrario. Hay literal aversión hacia ellos.
“Es una sensación bien extraña. No quieren a la prensa. Aquí hay muchas gangas, muchas, muchas gangas, y están bien organizadas. El fotógrafo de Prensa Asociada se tuvo que ir del país el otro día porque lo amenazaron a él y su familia. Nosotros andamos juntos para cuidarnos entre nosotros”, dijo.
En medio de ese caos y delincuencia, dijo, “no hay exclusiva”.
“No nos vamos hasta que se va el último. Si no eres local, te expones a un tiro”, expresó. Los secuestros son la orden del día y Arduengo no puede darse ese lujo. Su esposa Gloriana y su hijo Sebastián, lo esperan en la Isla y sufren cada uno de los riesgos.
Arduengo ha cubierto en Haití elecciones, primarias, pandemias y terremotos. Ha escuchado con esperanza todos las expresiones mundiales de ayuda y los lamentos y llamados humanitarios de salvar Haití.
“Cuando el terremoto yo pensé que con tanta ayuda, incluyendo de las organizaciones no gubernamentales, la cosa iba a cambiar. Yo hoy lo veo igual”, dijo.
Arduengo, donde pone el lente pone el corazón y su sensibilidad.
“Uno viene aquí y trata de no cubrir las fotos de todos. Yo trato. Ya todo el mundo sabe que este país está jodido y lo mal que está Haití. No vengo a echarle sal a la herida. Sí, tengo que documentarlo y no puedo tapar el cielo con la mano. Nuestras fotos a veces no hacen justicia en la proyección de lo que es Haití”, explicó.
“Ahora mismo hay filas inmensas en búsqueda de gasolina, pero aquí la gasolina está controlada por las gangas. Ellos echan gasolina primero y luego la venden en las esquinas, en galones amarillos o botellas de coca-cola”, narró.
Haití y el covid-19
Pero, ni el asesinato de Möise ni el covid-19, otra gran tragedia que les aqueja, parece inquietar demasiado a la población.
“Es como si no hubiera conflicto. No se escucha la discusión. Pasas por los barrios, normal, la gente dándose la cerveza, normal. Vas al supermercado y a veces te piden mascarilla, pero no todos. Unos la usan, otras no”, dijo.
Y las estadísticas del gobierno local son reflejo del relato de Arduengo. Al día de ayer, se supone que no habían casos nuevos reportados y que a lo largo de la pandemia, el promedio de casos positivos promedio, diariamente es de 22, en un país en que no hay vacuna, interés ni salubridad. Menos de 500 personas han muerto del virus desde que comenzó la pandemia, alegan las autoridades.
“Aquí el covid no existe. No se discute. Actúan como si estuvieran inmunes. No se han vacunado y no es tema de conversación”, expresó.
Y mientras la normalidad no normal ocurre, el fotoperiodista boricua no para de sorprenderse.
“Ayer estaba haciendo unas fotos de una niña bien bonita, con una camisa azul. Los papás de esa niña me dijeron que me la llevara.. me imagino que para sacarla de este mierdero. Ella se sonreía. No sé qué más decían. Yo no hablo creole. Imagínate que le ofrezcan esto a cualquiera. Esa niña tiene como 13 años”, contó.
Jovenel Möise será sepultado sin fanfarria esta semana en su ciudad natal de Cap-Haitien. Y una vez más, el lente de Arduengo estará ahí, documentando la historia de un pueblo hermoso, y especialmente extraño.