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Del malestar urbano: Experiencia de un transeúnte bayamonés

Fue en mi tercer año de bachillerato en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras cuando escuche, de la boca de un profesor de geografía, decir que 'nuestra isla se estaba bayamonizando'.

Sin analizar críticamente el asunto, creo que hasta me sentí halagado. Después de todo, soy de la tierra de los Vaqueros y cuando pequeño, recuerdo haberle estrechado la mano al patriarca Ramón Luis Rivera durante una de sus varias tomas de posesión a la alcaldía de la denominada 'Ciudad del Chicharrón'.

Mientras el distinguido profesor hacía esas declaraciones sobre el rol de mi ciudad, llegaban noticias de que el flamante Tren Urbano, que comenzó a construirse bajo la recordada gobernación del Dr. Pedro Rosselló González, sería inaugurado en pocos meses.

Pensé que Bayamón se convertiría en la nueva capital boricua tras la eventual concretización del sueño urbano consumista, por tener una estación frente al legendario 'Cantón Mall' y otra a pocos pasos de 'Santa Rosa Mall' y el icónico Coliseo Rubén Rodríguez.

Unos libros de urbanismo aseguraban que proyectos de esa índole siempre vienen acompañados por un efecto multiplicador en los ámbitos económicos y culturales de estas áreas contiguas a las estaciones de tren.

Como soy de los que piensa que gran parte de los problemas de mi isla giran alrededor del pobre legado en términos de planificación urbana, los cambios paisajistas que veía en mi Bayamón me llenaban de optimismo, al punto de creer que mi pueblo se convertiría en un flamante paraíso citadino.

Durante años, aguardé por la llegada de ese ansiado efecto multiplicador que traería mayores comercios y actividades recreativas al corazón del casco urbano bayamonés.

No fue hasta principios de este año cuando decidí utilizar un sábado, para llevar a mis estudiantes del curso 'Problemas Contemporáneos de Puerto Rico' en un viaje de estudio por la ruta del Tren Urbano.

Por supuesto, la ruta sería de oeste a este y la misma estaba pautada a comenzar por mi centro favorito: la estación 'Bayamón' localizada en el casco urbano tradicional del municipio con el mismo nombre.

Fue tanta la motivación que incluso decidimos caminar por unos minutos, recorrer el centro de Bayamón y llegar a la estación 'Deportivo', localizada a pocos minutos del área donde nos encontrábamos.

Eran las once de la mañana de aquel sábado soleado, y la expectativa era encontrar un casco urbano de Bayamón vibrante por ser fin de semana.

Sin embargo, el escenario demostró otra realidad.

La decepción se apoderó del grupo de transeúntes.

Edificios abandonados, calles desoladas y plantas sin podar dominaban el fúnebre paisaje urbano contiguo a la calle con el nombre del prócer, José Celso Barbosa.

Dónde había quedado la promesa del supuesto efecto multiplicador que traería el tren urbano?

Las caras de frustración entre mis estudiantes sugerían que el trayecto continuaría empeorando.

Y así fue.

El deseo de hacer vida urbana un sábado al mediodía nos costó caro.

Caminar desde el casco urbano bayamonés hasta el complejo deportivo a menos de una milla de distancia fue una verdadera pesadilla vaquera.

No había áreas peatonales, los semáforos tardaban una eternidad en cambiar y la contaminación por ruido campeaba por su respeto. Cualquiera diría que Bayamón no fue planificado para ser amigable peatonalmente hablando, a pesar de la existencia de múltiples centros de conveniencia y servicios al consumidor.

Así las cosas, el recorrido desde el casco tradicional de Bayamón hasta el complejo deportivo pareció una eternidad, debido al accidentado terreno de chatarra automotriz que configura, laberínticamente, una distancia geométricamente insignificante.

Finalmente abordamos el tren, pero las decepciones de minutos anteriores parecieron haber mermado la motivación mostrada una hora antes.

Mientras se daba el recorrido, el vagón de tren se convirtió en nuestra aula académica.

Transcurrida casi media hora, la ruta culminó en el punto más oriental del tren, en la estación Sagrado Corazón, de Santurce.

Aspirábamos a llegar hasta Puerta de Tierra por medio del transporte integrado, pero el chofer de la Metrobus 3 no se detuvo, a pesar de que llevábamos 15 minutos esperando en la parada y le hicimos señas desde lejos.

'Qué mediocridad, mano', dijo uno de mis estudiantes.

Eventualmente llegamos al área de los muelles e incluso hasta el Capitolio en Puerta de Tierra, en San Juan.

Allí se ofrecieron las debidas lecciones sobre geografía, economía y política.

Tras almorzar en una fonda del área, nos dirigimos al terminal de guaguas de Covadonga y allí aguardamos por la primera Metrobus que nos llevara de regreso a Sagrado Corazón.

En lugar de regresar a Bayamón inmediatamente, opté por bajarme en la estación de Roosevelt para hacer unas gestiones en Plaza las Américas, en Hato Rey.

Pensé que llegaría por medio de la Metrobus 2, pero la ansiada guagua no se presentó luego de transcurridos 15 minutos.

Decidí aventurarme y caminar por la Avenida Roosevelt hasta llegar a Plaza.

Error!

Al igual que sucedió en Bayamón horas antes, la trayectoria fue extremadamente accidentada.

No había áreas peatonales, las aceras habían sido transformadas en estacionamientos para comercios y algunos carros hasta me tocaron bocina cuando intenté cruzar de una calle a otra, sin importar que el semáforo rojo les ordenaba un detente al pedal de gasolina.

Llegué a Plaza encharcado por el sudor, mientras el resto de las personas lucían impecables y con olores a perfumes de esos que venden en alguna mega tienda por departamento.

Afuera había un tapón en dirección al puente que conecta a Plaza y sus anejos con la PR-22, en dirección oeste.

De inmediato, recordé que ese tráfico pesado es común en esa y otras salidas de expresos que conectan con grandes centros comerciales en Puerto Rico.

Quizás, varios años después de aquel ilustre comentario del profesor, finalmente comenzaba a entender su planteamiento de que 'nuestra isla se estaba bayamonizando'.

Aunque no estaba totalmente seguro si concordaba plenamente con su observación, el ego vaquero comenzó a disminuir y en cuestión de minutos, mis sueños urbanos comenzaron a desvanecerse como el sonido de la chicharra de carro que se aleja.

Qué lástima…

(Tercera parte de una serie de historias sobre cómo el clima y la planificación urbana afectan nuestro diario vivir. Para ver la primera parte pulse aquí y para la segunda acá)

(Josian Bruno/NotiCel)
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