Fallaron los funcionarios de salud en detectar bacteria que mató decenas en P.R.
Jhon Alberto Hernández Núñez se enfermó como una semana después de que el huracán María arrasó a Puerto Rico el 20 de septiembre de 2017.
El electricista de 34 años buscó atención médica para aliviar los síntomas de dolor de estómago, vómitos, fiebre, dolores musculares y de las articulaciones en más de un hospital cerca de su pueblo natal de Dorado, pero nunca tuvo un diagnóstico claro de qué lo estaba enfermando.
Días más tarde, y desesperada por conseguir atención médica, su abuela de 94 años, Adelina Santana, pidió a sus vecinos que la ayudaran a cargar hasta un vehículo a Hernández, que medía seis pies con cuatro pulgadas de alto, y así lo llevó al Manatí Medical Center.
Hernández murió allí el 4 de octubre. Dejó dos niños de 10 y 7 años.
El 19 de diciembre de 2017, se supone que José Ernesto Merced Álamo, de Aguas Buenas, estuviera celebrando su cumpleaños.
Pero en los días previos al gran día, Merced fue a una sala de emergencias quejándose de fiebre alta, debilidad y escalofríos. El personal médico concluyó que tenía una infección del tracto urinario, le dio antibióticos y lo envió a su casa. Tres días después Merced sufrió un derrame cerebral.
En el hospital, el personal de salud realizó varias pruebas de diagnóstico. En poco tiempo, sus pulmones colapsaron y al día siguiente cayó en coma.
Merced murió el día en que se suponía que cumpliera 55 años.
Su esposa e hija quedaron devastadas y conmocionadas al perder al patriarca de la familia tan inesperadamente.
'Fue una experiencia horrible', dijo su hija Lisandra Merced Ortiz.
Seis meses después de la tormenta, Saturnino Figueroa Montes, de 64 años, pasó dos semanas luchando contra algo que los médicos no pudieron diagnosticar luego de realizar varias pruebas. El carpintero retirado de Mamey, un barrio rural de Patillas, sufrió un paro cardíaco después de ser hospitalizado.
Figueroa Montes murió el 6 de marzo de 2018. Dejó una familia extendida grande, dos hijos adultos y cinco nietos.
Hernández, Merced y Figueroa figuraban entre decenas de personas que contrajeron leptospirosis, una enfermedad causada por la bacteria leptospira, que se propaga mayormente a través de suelos o agua con orina de animales infectados como roedores, animales de granja, perros y animales salvajes. La bacteria sobrevive por meses y cualquier inundación, como la que se sucede después de un huracán, puede ayudar a que se propague.
Los humanos se infectan cuando las bacterias entran al cuerpo a través de cualquier abrasión de la piel o contacto con una membrana mucosa — ojos, nariz, boca. Beber o bañarse en ríos y cuerpos de agua, aunque parezcan ser agua clara, también puede ser una fuente de infección. En sus etapas tempranas, muestra síntomas parecidos a los de la gripe y puede curarse con antibióticos, pero cuando no se trata correctamente, puede provocar daño grave en los órganos y hasta la muerte.
Cuando llegaban personas a clínicas, salas de emergencia y hospitales quejándose de fiebre alta, dolores musculares y articulares, náuseas, vómitos y dolor de estómago, se encontraban con personal médico que no estaba preparado para reconocer la enfermedad, que es endémica de Puerto Rico, sin embargo, difícil de diagnosticar.
Para cuando se completaron las pruebas diagnósticas de al menos 15 de estos pacientes, ya habían estado hospitalizados durante días sin saber qué los estaba enfermando o habían regresado al hospital por segunda o tercera vez debido a que su condición se había deteriorado, y los hallazgos no eran suficientes para salvar sus vidas porque la infección había afectado la función de sus órganos vitales, según descubrió una investigación realizada por el Centro de Periodismo Investigativo (CPI).
Los relatos de los familiares sobre lo que ocurrió antes de que murieran sus seres queridos sugieren deficiencia en el nivel básico de respuesta médica o un protocolo estándar en la comunidad de atención médica después de la tormenta y meses después en el 2018. Como resultado, el tratamiento se retrasó y esto llevó a muchos pacientes a situaciones que amenazaban su vida e incluso a la muerte.
Se estima que más de 1 millón de casos de leptospirosis ocurren en el mundo anualmente, incluyendo 59,000 muertes, según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). En los Estados Unidos, alrededor de 150 casos de leptospirosis se identifican anualmente y alrededor del 50% de esos casos ocurren en Puerto Rico.
Pero la isla tiene un historial de monitoreo pasivo, falta de información y falta de pruebas — todas herramientas esenciales para ayudar a prevenir muertes.
La ausencia de vigilancia activa y buenas pruebas de diagnóstico es problemática porque la investigación médica muestra que los animales infectados que portan la bacteria 'pueden continuar excretándola en el medio ambiente de manera continua y esporádica durante varios años', según un artículo publicado por el 'Journal of the American Veterinary Medical Association'.
Los expertos y clínicos que trabajan en la isla dijeron que el número de personas que murieron por leptospirosis después de la tormenta probablemente sea más alto que lo que muestran los datos del gobierno porque muchos de los que se enfermaron nunca fueron evaluados luego de que el huracán interrumpiera la capacidad de los laboratorios para analizar muestras.
Carmen Deseda, epidemióloga del Departamento de Salud, dijo que antes del huracán, Puerto Rico no tenía capacidad en los laboratorios para realizar pruebas diagnósticas sofisticadas, como los que el laboratorio de investigación de los CDC ha podido hacer desde entonces.
Dado a que las muertes causadas por leptospirosis tienden a subestimarse, es difícil tener un cuadro claro de qué pasó en Puerto Rico, dijo el Dr. Albert Icksang Ko, profesor y director del Departamento de Epidemiología de Enfermedades Microbianas en la Escuela de Salud Pública de Yale.
'Sospecharía que hubo muertes que ocurrieron cuando las personas no sospecharon de la leptospirosis', dijo Ko, y señaló que sería necesario realizar un estudio epidemiológico para llegar a una conclusión definitiva.
En cuanto a los familiares que compartieron sus historias con el CPI, la mayoría no estaban familiarizados con la enfermedad hasta que afectó a un ser querido.
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