La leyenda del 'perro de piedra' de Condado (documento)
En las redes muchos lamentan su supuesta perdida. Algunos dicen que ya no está, otros dicen que la marea lo tapó. La verdad es que este allí aún esperando a su amo Enrique, o haya decidido nadar el oceano para encontrarlo, muy pocos conocen bien la leyenda del perro de piedra en Condado.
Para muchos, las piedras que allí se encuentran y que ayudan a romper las olas forman en algún punto la figura de un perro. El folklor boricua ha creado cuentos y leyendas sobre el fiel can, quien, no importa la historia, casi siempre espera a su amo.
Tal es el valor del perro, que en el año 2000 se aprobó la Ley 86, 'para declarar recurso de valor cultural y natural la estructura coralina que se encuentra ubicada en el arrecife al lado del Castillo de San Jerónimo, conocida por los puertorriqueños como La Piedra del Perro'.
A continuación parte del texto de la ley que expone la versión más popular del cuento.
'Dice la leyenda que cuando el Castillo San Jerónimo era una fortaleza militar española a cargo de proteger la costa de la isla de ataques enemigos, vivía allí un joven soldado llamado Enrique, que por estar tan lejos de su hogar y familia, se sentía solo y nostálgico por lo que buscaba un compañero. A diferencia del resto de los soldados en el fuerte, quienes habían sido educados desde niños para convertirse en guerreros y militares, toda su vida Enrique había sido un sencillo agricultor que ingresó en el ejército buscando aventuras y viajes por lugares exóticos.
Un día, mientras paseaba por las calles del Viejo San Juan, oyó un doloroso quejido proveniente de uno de los callejones. Tirado en una cuneta, con una pata malamente herida, se encontraba un perrito abandonado, que Enrique con mucho cuidado tanteó el débil cuerpo macilento, sonrió y le dijo a la infeliz criatura 'No te preocupes amiguito, pronto estarás sano y corriendo por ahí'.
Después de semanas de descanso, el perrito había engordado y se veía muy enérgico. Pegado a los talones de Enrique, le acompañaba a todas partes provocando así risas y comentarios de los otros soldados. Un día el oficial superior de Enrique le preguntó cuál era el nombre de su mascota, a lo que contestó 'Se llama Amigo, señor'.
Meses más tarde se recibió la noticia que España necesitaba hombres en Cuba, por lo que Enrique cayó entre los que debían partir. Tristemente, Enrique se despide diciendole a Amigo 'No te preocupes, que yo regresaré, los compañeros aquí te cuidarán bien'. Amigo se quedó mirando el barco hasta que desapareció y entonces, se tiró al agua por uno de los lados del fuerte y nadó hasta llegar a un arrecife de coral que se encontraba en la base de la muralla. Subió a lo alto del arrecife y allí esperó el regreso del barco de Enrique, lo que continuó haciendo por muchos meses.
Otro día, se recibió la noticia de que mientras Enrique defendía su país en una brutal batalla naval, su barco se había hundido y con él todos los hombres a bordo. Todos los soldados en el Castillo San Jerónimo hablaban con tristeza de la tragedia y, a su manera, Amigo descubrió lo que había ocurrido. Traspasado de dolor, sin poder creer que su amo estaba muerto, nadó rápidamente hasta su puesto de vigilancia para continuar su interminable espera por el amo que nunca regresaría.
Pero aunque lujosos hoteles bordean la costa y modernos jets remontan el cielo convirtiendo el Castillo de San Jerónimo en un simple eco de su tiempo, asombrosamente, Amigo todavía se encuentra en el mismo arrecife, en el mismo lugar de su fiel vigilia, ahora convertido en piedra con el paso del tiempo, pero aún esperando fielmente el regreso de su amo'.