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El amor de la edad dorada es la Navidad (video)

En una tarde de Nochebuena, plomiza pero serena, en el Hogar San Agustín y Teresa de Río Piedras, los viejos esperan por el abrazo cálido y desprendido de sus seres más queridos en una 'Navidad que vuelve'. Muchos de ellos, en sus sillas de ruedas, con miradas apacibles contemplan la carretera en vigilia, como cazador a la espera por su presa. Aunque algunos se quedarán esperando, hay otros que, desde sus camas ya no esperan más.

Doña Julia, mujer de algunos 80 años, ya no padece por la espera. El hogar ya se ha convertido en su casa. Y, a pesar de que tiene dos hijas, no le molesta pasar la Navidad rodeada de la gente que la ha estado atendiendo por los pasados años con tanto –y desinteresado- amor.

'Si acaso mi hija me viene a buscar, pues me voy a comer con ellos. Sino, esto es como si fuera mi casa. Estoy tranquila y contenta', manifestó con ojos llorosos, pero con rostro agradecido y sonriente. En este centro, doña Julia la pasa muy bien, porque no se pierde nada de las tradicionales festividades navideñas de Puerto Rico. 'No dejo de comer lechoncito y pasteles porque aquí hacen de todo eso', comentó, a la vez que recordaba con alguna pizca de nostalgia sus días de cocinera y juventud.

Oriunda de Vega Alta y asidua a las parrandas, Julia sí admite que las navidades en el campo, en efecto, son más sabrosas. Casi igual -o mejor- que el arroz con gandules, el majarete o el arroz con dulce que tanto disfruta.

Por su parte, don Andrés Trinidad, natural de Cupey, y quien lleva 10 años en el hogar, dijo con picardía que, desde su silla de ruedas se contonea cuando hay música. Cada vez que algún grupo de jóvenes o alguna institución se aparece por allí con algún jolgorio, como todos los viejitos, Trinidad vuelve a brillar y a revivir los buenos recuerdos de la Navidad tradicional y vivaracha de Cupey. La que celebraba junto a sus ocho hermanos.

Con 91 años de juventud –más que todo-, Andrés, aunque afónico, enumeró algunos de sus achaques. Desde una cirugía de corazón abierto hace 12 años, hasta las prótesis que también lleva en sus caderas, el sanjuanero ve con optimismo y gran fortuna su vida. 'Ya Dios me lo ha dado todo', aseguró. Este diciembre marca su décimo aniversario en el hogar, del que guarda buenas memorias.

No obstante, admitió echar de menos las fiestas en compañía de sus familiares. 'No es como antes. Las cosas con el tiempo cambian, para bien o para mal', comentó cuando recordó que su familia no llegó a la fiesta navideña que el hogar preparó el pasado domingo.

Y es que, en el centro, las puertas están abiertas para visitas de miércoles a domingo desde la una de la tarde hasta las cinco. Y esas suelen ser las horas en las que los residentes velan desde la terraza, decorada toda por la Navidad, la llegada de sus familiares.

Mas, no todos tienen que aguardar desesperadamente por los suyos. Al menos doña Carmen, paciente de Alzheimer, tiene la dicha –aunque a veces no se entere- de recibir a su esposo, don Saúl, fielmente esos cinco días. Y la Nochebuena no podía ser la excepción.

'Si hubiesen siete días de visitas, los siete días venía', aseguró don Saúl a NotiCel. Este matrimonio, próximo a cumplir 60 años de encomiable unión, es una verdadera muestra de amor puro y desmedido, una perfecta postal navideña.

Carmen lleva tres años en el hogar y don Saúl, a pesar de estar muy agradecido por el cuidado y las atenciones que le brindan al amor de su vida, no puede ocultar el dolor por la ausencia de su Mona Lisa, como cariñosamente le llama. 'Durante las festividades a mí se me hace más difícil (pasar la Navidad) porque como vivo solo vienen los recordatorios (recuerdos) de cosas que hacíamos juntos en la Navidad…', contó con un nudo en la garganta y sus ojos a punto de lagrimear.

Don Saúl, un hombre de fuertes y arraigadas convicciones divinas, vive convencido de que su fe lo ha mantenido perseverante y combatiente ante la depresión que lo sacude, muy especialmente, en fechas como esta.

La emoción con la que habla de su esposa es muy particular. Sin titubeos contó cómo su pastor hablaba de la experiencia de un hijo suyo con un ángel. Y don Saúl, ripostándole, le garantizó que él también había vivido una gran experiencia con uno. 'Yo me casé con él (el ángel)', con Carmen, acotó.

Su Gioconda, tal vez no percibe ni entiende el gran dolor y, sobre todo, el gran amor de su esposo, pero para don Saúl esta experiencia, tan indeseable, ha sido aleccionadora. 'He aprendido a amar. Yo, en realidad, no sabía lo que era amor en cierto sentido. Yo la amaba a ella como esposa y a mis hijos, pero esto es otro amor. Es otra dimensión. No es lo mismo. Es más profundo. Es más convincente', sostuvo.

Carmen y Saúl, son, probablemente, el mejor dibujo de lo que es, según el cantautor Fito Páez, el amor después del amor. Se juraron amor eterno un día en Nueva York, y él se encarga de profesarlo en cada visita, cada beso y cada abrazo.

Así como Saúl y Carmen, en la Navidad renace el amor y la buena voluntad entre muchos puertorriqueños. En el Hogar San Agustín y Teresa de Río Piedras, en cambio, renacen cinco veces por semana, con al menos 10 besos y 10 abrazos entre don Saúl y su Mona Lisa, Carmen. Uno de llegada y otro de despedida. Y ahí estriba el verdadero significado de la Navidad, en los abrazos, los besos y en la maravillosa fortuna de tener un amor como el que tiene Carmen. Una Navidad de amor que es 'tradición del año'.

(Josian Bruno/NotiCel)
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