Log In


Reset Password
SAN JUAN WEATHER
Ahora

De República Dominicana a Guaynabo City: la explotación de las empleadas domésticas

A las 5:30 de la mañana hay más de diez mujeres sentadas a lo largo de un banco de cemento en el terminal de guaguas de Río Piedras. Esperan la salida del primer viaje de la B29, guagua de la Autoridad Metropolitana de Autobuses que va en dirección del centro de Río Piedras al área de urbanizaciones de Guaynabo. Allí ejercen un oficio común para muchas inmigrantes de la República Dominicana en Puerto Rico: el trabajo domestico. En el viaje de la B29, pueden contarse alrededor de 22 mujeres de procedencia dominicana que dejan la guagua casi vacía al llegar a su destino.

Limpiar, cocinar, planchar, criar niños y niñas, cuidar enfermos, envejecientes y hasta mascotas. Esta ha sido la vía de supervivencia para muchas inmigrantes, algunas de las cuales logran con ello un buen salario, e incluso a estrechar lazos afectivos con las familias que las contratan.

Cuando Esther Pagán llegó a Puerto Rico, trabajó en la Plaza del Mercado de Río Piedras unas dos o tres semanas y luego en Caguas, donde cuidó a dos envejecientes, quedándose en la casa de éstos de lunes a viernes por alrededor de un año y seis meses.

'Eso fue una academia, ahí fue que yo aprendí la experiencia de mi vida porque yo nunca lo hubiese hecho. Yo tuve que hacer de todo. Bañarlos a los dos, si se hacían caca yo los limpiaba... Bueno, los dos tenían Alzheimer'.

Pagán tiene 55 años de edad, es oriunda de la provincia La Vega, al centro de la República Dominicana, y vive en Puerto Rico hace diez años, pero aún no ha podido regularizar su estatus migratorio. Lleva siete años limpiando una casa en una urbanización de Bayamón, a donde llega en tren y en guagua desde Río Piedras.

'Mis patrones todos son bendecidos. Cuando llego a la casa ellos me tienen el desayuno en la mesa y nunca quieren que me vaya. Me dicen ‘quédate, que cuando tú estás sentimos paz, tranquilidad y alegría', y yo nunca me he sentido mal con ellos'.

Pero en muchos casos el trabajo de empleada doméstica conlleva exponerse a situaciones de explotación severa, tanto así que Romelinda Grullón, directora del Centro de la Mujer Dominicana, describe algunos de estos empleos como 'trabajos de esclavitud'.

Las mujeres que van en el primer viaje de la B29 de Río Piedras a Guaynabo visten ropa cómoda, mahón, blusa y cargan carteras de hombro o mano. Una vez se acomodan en los asientos algunas tratan de dormir, con la cabeza recostada sobre la ventana que no deja de vibrar al ritmo de los hoyos de la carretera. Otras conversan en voz baja y las demás van en silencio, con la mirada fija en el camino.

El timbre que anuncia una parada no suena hasta que la guagua se adentra por las calles de las avenidas Alejandrino y La Esmeralda en Guaynabo, donde ubican las urbanizaciones College Park, San Francisco y Parque de Bucaré. En esa zona las mujeres se bajan poco a poco en las paradas. Luego se las ve subir por los caminos que conducen a las grandes casas donde trabajarán el día entero. Algunas se quedarán a dormir allí y no volverán a su hogar hasta luego de una semana.

Elizabeth Soto tiene 30 años de edad y llegó hace una década a Puerto Rico. Aunque posteriormente se hizo propietaria de un negocio de comidas, su primer trabajo fue de vendedora de alcapurrias en Piñones y luego, en 2008, comenzó como empleada doméstica en una casa de urbanización con acceso controlado en Guaynabo, donde le pagaban $48 dólares al día por hacerse cargo de la estructura de cinco habitaciones.

'En la casa lavaba los baños y hasta recogía la mierda de los perros. Yo me quedé ahí un año porque me sentaba el trabajo, pero ella (la patrona) me le pasaba el dedo a todo en todas partes, cada vez que acababa de limpiar ella pasaba al lado mío', cuenta Soto, mientras sostiene a su hijo de un año en brazos.

La misma patrona la llevó después a limpiar un edificio de ocho oficinas de abogados propiedad de su esposo, también en Guaynabo.

'Desde madrugadita yo me levantaba y salía a las cuatro y pico casi cinco de la tarde y ni comida me dieron. En las oficinas de abogados tenía que limpiar mesas de cristal, tres baños, mapear, todo eso. Yo dije bueno, pues con esto me darán como ciento y pico de pesos y con eso yo pago la renta y me quedan chavos para mandarle a mami y puedo comer algo'.

Cuando terminó de limpiar las ocho oficinas de abogado, la patrona le dijo, 'mira, nosotros lo que pagamos son 40 pesos (dólares)'.

'A mi los ojitos me daban vueltas. Cuando yo oí ‘40 pesos', yo no lo podía creer, yo no dormí esa noche llorando. Yo trabajé de 11 a 12 horas, por 40 pesos, sin comer; no me dieron ni un vaso de agua. Con ese abuso, esa fue la última vez que yo limpié. Es un asalto a mano armada. Pero con la experiencia que tengo ahora, que me lo haga alguien por ahí pa' que tú veas, a palo yo le entro', dice Soto en tono jocoso, mientras sus amigas escuchan y ríen.

Quienes la acompañan son tres mujeres, inmigrantes dominicanas, empleadas domésticas, que narraron su historia al Centro de Periodismo Investigativo. Sus nombres verdaderos no son los que aparecen en esta historia.

Para el resto del reportaje, visite el Centro de Periodismo Investigativo.

El Centro de la Mujer Dominicana en Río Piedras acoge a las inmigrantes que necesitan ayuda con sus trámites legales y les sirve como lugar de encuentro. (Juan Costa para el CPI)
Foto: