Marruecos: ventana a un pasado milenario (vídeo)
Subimos hacia lo alto de una duna para ver el atardecer. El resplandor sobre las arenas rojizas del Sahara pintaba tonos naranja con increíbles matices dorados. Nos quedamos callados, mirando la inmensidad del gran desierto mientras el sol se escondía. Mi pareja y yo tratábamos de absorber todo aquel esplendor. Solo se escuchaba el viento suavemente esculpiendo la arena, como lo ha hecho por miles de años.
Nuestro guía nos esperaba junto a los camellos para continuar el viaje sobre veredas de arena hasta el campamento donde pasaríamos la noche del 25 de diciembre. Nos encontrábamos en las dunas de Erg Chebbi en desierto del Sahara.
Al llegar, nos asignaron nuestra 'jaima', una caseta cuadrada del tamaño de una habitación promedio con el piso cubierto por una alfombra. Una bombilla blanca en espiral, alimentada por paneles solares, colgaba del techo. El campamento consistía de hileras de jaimas que formaban un gran rectángulo de arena como área común. La cena estaba lista y nos dirigimos hacia el comedor del tamaño de dos jaimas que contenía colchones y mesas de poca altura. Allí compartimos con unos 14 turistas de diversos países. Un delicioso guiso de pollo con papas y vegetales acompañados por pan resultó ser un manjar en medio del desierto.
Durante la sobremesa, en la que se entre mezclaban muchas lenguas, pasaron whiskey japones que había traído una familia francesa. Nosotros estábamos listos para aportar a la ocasión y sacamos una botella mediana con pitorro de café que nos habían regalado. La bebida artesanal puertorriqueña tuvo buena acogida.
Luego de la cena nos movimos al centro del campamento alrededor de una fogata, donde los guías y coordinadores tocaron tambores y cantaron música tradicional berebere. Ese grupo étnico del norte de África mantiene una gran tradición cultural. Nuestro guía se encargó de instruirnos sobre las historias e idiosincrasia de su pueblo.
Era una noche clara con una luna brillante que desafortunadamente no nos permitió ver muchas estrellas, pero si admirar la grandeza de las dunas y la inmensidad del gran desierto a nuestro alrededor. Hablamos sobre la experiencia de sentirnos inmersos en esa extensión de arena y conversamos sobre las legendarias caravanas de comercio de las que nos habló nuestro guía. Durante siglos habían cruzado el gran desierto por ese mismo punto en una trayectoria de 52 días hasta el pueblo de Tombuctú en Mali. Llevaban camellos cargados de sal del Mediterráneo que intercambiaban por bienes del sur. Aprendimos que aquellos primeros trabajadores que recibían pago en las ciudades de Marruecos relacionados a ese producto les llamaron asalariados.
Estábamos en pleno invierno, así que la temperatura de día era muy agradable, pero sabíamos que al caer el sol bajaría. A la hora de acostarnos se sentía más el frío, pero gracias a una combinación de mantas gruesas que nos proveyeron, ropa adecuada y medias, pasamos las noches debidamente cobijados. Antes de dormir llené una botella pequeña con arena del desierto y la metí en mi mochila. A la mañana siguiente nos levantamos temprano para ver el amanecer, mientras continuábamos en parsimonioso paso sobre nuestros camellos hasta el pueblo de partida. Allí, luego de un baño caliente en un hotel, desayunamos para emprender camino de regreso a la ciudad de Marrakech.
Esa noche en el desierto fue para nosotros el punto culminante de seis días en el país de Marruecos, tres de los cuales estuvimos en excursión.
Habíamos comenzado nuestro viaje dos días antes, en la parte vieja de la ciudad de Marrakech, donde hombres con largas túnicas y capuchas se cruzaban con mujeres con largos atuendos y rostros cubiertos. Por las calles transitan carros, burros, motoras y bicicletas en un rítmico frenesí. La intensidad de la ciudad se apaga súbitamente al caminar por los zaguanes hasta llegar a la tranquilidad y silencio de nuestro Riad, una majestuosa casa convertida en hospedería bajo el cuidado de su propietario francés, Pierre.
Al día siguiente comenzó nuestra travesía hacia el desierto cuando nuestro competente guía de habla hispana, Mustafa (viajespormarruecos.com), nos recogió para la excursión. Luego de cruzar las inmensas cordillera del Atlas, tras la cual apareció un clima desértico y topografía impactante, llegamos a Aït Benhaddou. Esa ciudad amurallada frente al Río Ounila transporta a sus visitantes a la época de Cristo. Caminar junto a sus anchos muros de barro y paja por laberintos de pasillos hasta admirar la vista desde la altura es revivir escenas de películas allí filmadas como 'Gladiator' (2000), 'Lawrence of Arabia' (1961), 'Kundun' (1996) e 'Indiana Jones' (1996). En 1987 fue designada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad.
Esa tarde llegamos a las Gargantas del Dades, un impresionante cañón en cuyo fondo construyeron una carretera. Por allí caminamos admirando hacia lo alto como el agua, que una vez bañó todo esa área, había esculpido la roca durante millones de años. Era nochebuena, y en el pequeño hotel francés donde pernoctaríamos nos esperaba una exquisita cena seguida por una celebración con bizcocho y música berebere para los cristianos de diversos países que allí estábamos.
Al día siguiente continuamos hacia el desierto, relato con el que comenzó esta historia. Posteriormente visitamos Casablanca, ciudad costera marroquí con bellas vistas. Luego continuamos viaje por el sur de España y Madrid antes de regresar a nuestra isla.
Marruecos es un país de sorpresas, con una antigua riqueza cultural, deliciosa comida y esplendorosos paisajes naturales. Una visita a este país musulmán es, sin duda, un viaje hacia un pasado milenario.