El efecto 'Sanders'
'Sí, soy sanderista, soy un traidor. Y ahora….¿discutimos de política?' Esta frase parafrasea la reacción de Manuel Monereo, cabeza de lista de Unidos Podemos por Córdova1, a las denuncias de 'traición' que ha recibido de parte de sectores ortodoxos de la izquierda española por apoyar la confluencia electoral entre Izquierda Unida y Podemos. En Puerto Rico, diversos sectores identificados con la 'izquierda' que han apoyado a Bernie Sanders han recibido las mismas descalificaciones moralistas, las mismas imputaciones de 'traidores'.
No se trata de pura coincidencia. Este tipo de descalificación se hace desde discursos que se arrogan la suprema autoridad moral y política sobre todos los asuntos y que entienden que pueden decretar prohibiciones, excomuniones y dictaminar así quién es traidor de la 'sagrada causa' o quién colabora con el 'enemigo'. Apenas se rasgue un poco en sus 'razones', será evidente que no se trata realmente de un discurso político, sino de una retórica dogmática, tanto como la religiosa. Este tipo de descalificación de plano no discute ni está dispuesto a discutir política; en el fondo invoca y se nutre de preceptos incuestionables, incluso 'sagrados', más allá de cualquier ejercicio de debate y discusión.
Pero Monereo los desarma: 'sí soy un traidor, podemos ahora discutir de política?' Su señalamiento desarticula la denuncia moralista y en cambio lanza una invitación a la discusión política pero a sabiendas de que una condición necesaria para esta es no reconocer la autoridad de quienes hacen las proscripciones políticas: en el caso de Monereo, la izquierda ortodoxa, en el nuestro, la tradición hegemónica del independentismo.
Para que pueda haber discusión política tiene que partirse desde un lenguaje laico, centrado en el contexto que le pertenece, estar siempre dispuestos a revisitarse, y hacer caso omiso a las 'autoridades' que se han autoconstituido en los custodios inapelables de lo que está 'bien' y lo que está 'mal', en los que pretenden dejar inamovibles e invariables los términos de la discusión. Esto, reconozco, representa más dificultad para quienes se identifican como independentistas y apoyan a Sanders, que para quienes no nos identificamos políticamente como independentistas o con una subjetividad política a partir de una fórmula de 'status'. Pero es preciso insistir que solo así podrá haber una discusión libre de chantajes y (auto)censuras moralistas.
Por un lado, los independentistas a favor de la candidatura de Bernie Sanders sienten la urgencia de defenderse (ante los ataques de todo tipo), de afirmar que su creencia política no está reñida con este apoyo a un 'político americano en unas primarias presidenciales ajenas a nuestro país'. Si los independentistas que apoyan a Sanders quieren mantenerse pidiendo 'autorización' para hacerlo respondiendo a las denuncias y chantajes del independentismo más tradicional, y esgrimiendo su carnet de autenticidad, ese es su derecho, pero sospecho que las discusiones políticas más provechosas del fenómeno de Bernie andan por otras coordenadas.
Me parece que este 'debate' entre independentistas tal cual se ha fraguado no va a permitir que se transite hacia las cuestiones sustantivas, es decir, hacia los contenidos de justicia política, económica, social, ambiental, sexual y racial que vertebran la campaña de Sanders y sobre los cuales tendríamos tanto que discutir.2 Por el contrario, se quedarán girando intransitivamente en torno a esencialismos identitarios.
En el caso de los que apoyamos a Sanders, porque nuestra subjetivación política asume la centralidad de la llamada cuestión social(ista) o de una política de lo común, no debería preocuparnos la 'guerra civil' del independentismo en crisis. Tampoco deberíamos ocuparnos de las descalificaciones y proscripciones políticas provenientes de la ortodoxia de este imaginario con el que no nos identificamos políticamente. En todo caso, los sectores más tradicionales y ortodoxos del independentismo no son nuestros interlocutores. Parece estar claro que con estos sectores no hay condiciones mínimas para sostener una discusión política, propiamente entendida, pues sus coordenadas discursivas son moralistas, no políticas. Este tipo de ejercicio es un esfuerzo completamente fútil pues nos mantiene 'discutiendo' dentro de ese limitado universo discursivo y respondiendo al 'mandato' de estos sectores. Igualmente, tampoco debemos sentirnos interpelados por las disputas 'ideológicas' entre los 'soberanistas' que apoyan a Sanders (por las razones que sean) y los estadolibristas que endosan a Hillary Clinton.
En nuestro caso podemos poner nuestras energías en una discusión política sin cortapisas ni chantajes. Una discusión que se haga la interrogante de cómo se puede contribuir a crear las condiciones para generar un movimiento anticapitalista y democrático radical en el contexto del dominio neoliberal que impera en el globo hoy. Como punto de partida para esa discusión propongo la siguiente premisa: la candidatura de Bernie Sanders y el movimiento político que lo apoya constituye un fenómeno político en los Estados Unidos. Esta candidatura ha recibido el apoyo de millones de electores –particularmente jóvenes- y ha generado un amplio y masivo movimiento político (que él llama a political revolution). El sanderismo ha alterado los términos de la discusión política en los Estados Unidos y ha puesto en el centro del tablero político estadounidense la palabra 'socialismo'. Como he señalado sobre Sanders:
Su candidatura y movimiento son expresión de un momento político inconcebible hace una década. Representan, con todo y sus limitaciones, un punto de partida hacia una posible radicalización democrática y social en los Estados Unidos (y más allá de este país), una suerte de fisura o grieta que puede generar (gane o pierda la nominación presidencial Sanders) una condición de posibilidad para una alternativa 'socialista'.3
La articulación de un movimiento 'socialista democrático' de masas más allá de las elecciones podría ser el más importante resultado político de esta campaña en el largo plazo. Y esto sería una importante novedad en el panorama político de los Estados Unidos desde el fin de la Guerra Fría. De esto ocurrir tendría una importancia muy significativa no solo para los Estados Unidos (y por extensión para Puerto Rico), sino a escala global.
Si usted no está de acuerdo con este movimiento político, y favorece el status quo del neoliberalismo, pues es obvio que no va a apoyar a Sanders, pero si favorece las propuestas de orientación social democrática de su campaña y lo que estas pueden significar en términos del mejoramiento de las condiciones de vida de millones de personas y de la lucha por la igualdad económica y social de los sectores más vulnerables afectados por las políticas de austeridad neoliberales, entonces por qué no apoyar la candidatura de Sanders y el movimiento sanderista?
Reducir, como ha hecho el discurso independentista tradicional u ortodoxo, la discusión sobre Sanders y el sanderismo a la cuestión de si se debe o no participar (por razones de 'principio') en las primarias demócratas es una miopía que soslaya las implicaciones políticas del avance de una alternativa 'socialista democrática', esto es, los contenidos políticos sustantivos que están en juego en este proceso. Limitar así la discusión -que forma parte de la acción política- es operar desde un ombliguismo insularista, que privilegia únicamente y sobre todas las cosas un esencialismo identitario que no es capaz de cuestionar su 'pureza', que no quiere 'contaminarse' con lo norteamericano; cómo si el proceso político que está ocurriendo en los Estados Unidos nos fuera ajeno, cómo si no nos impactará lo que allí se decida, cómo si no fuera importante que tenemos la oportunidad de incidir y contribuir a este proceso que afecta a millones de personas en este país y a tantos otros allá (incluyendo a 4 millones de puertorriqueños).
En el fondo, se trata de dos perspectivas encontradas: una, que se enuncia -directa o indirectamente- desde una óptica vinculada a un nacionalismo estrecho y esencialista (o como mínimo relacionada a una incomodidad 'puertorriqueñista' innombrable); y la otra, que apuesta a la solidaridad transversal con los sectores afectados por el neoliberalismo y que articula la política desde una perspectiva social(lista) que no se limita al territorio insular(ista).
Por otra parte, las reacciones parecen indicar que la candidatura de Bernie Sanders es un fenómeno que inesperadamente está desestabilizando las concepciones políticas tradicionales y anquilosadas en Puerto Rico. Los lineamientos políticos parecen tomar nuevas formas y todo movimiento que desafíe la inercia política que hemos vivido por más de 50 años, sin duda provocará polarización, animosidad, desafíos. Que hay indicios de una nueva politización o reagrupación política se demostró con la reciente movilización de miles de personas, en su inmensa mayoría jóvenes de menos de 30 años, que fueron a escuchar al precandidato presidencial a la Universidad de Puerto Rico (UPR). Esta movilización de jóvenes entusiasmados con Sanders es algo inédito que rompe viejos esquemas políticos y que sugiere que algo interesante y significativo parece estar ocurriendo en torno a esta candidatura y movimiento político.
Fue impresionante ver un océano de rostros jóvenes desconocidos (los rostros conocidos, los usual suspects eran las personas de más edad y afortunadamente éramos los menos) desbordar el Teatro y las afueras de este para mostrar su apoyo al 'viejito gringo socialista'. Se trata de jóvenes universitarios e incluso de escuela secundaria con un perfil que se caracteriza por no ser activistas o pertenecer a ninguna organización política, por estar imbuidos en las redes sociales (Facebook, Twitter, etc.), por su identificación con aspectos claves de la sociedad y cultura estadounidense (música, cine, televisión, deportes, etc.), y que acaso siguen los acontecimientos de la política estadounidense. Estos jóvenes no tienen los 'traumas' ni los tabúes de sus padres, y sin ese lastre tienen mayor libertad para participar de manera novedosa en la política.
Sin embargo, los lastres y los tabúes del pasado siguen presentes. Los días siguientes al acto en el Teatro de la UPR se produjeron, con intensidad, comentarios en la redes sociales y en los medios denunciando la participación de los jóvenes que fueron a apoyar a Sanders.4 Algunos descalificaron a estos jóvenes sanderistas desde el moralismo antes descrito, planteando que se trata de 'colonizados' que le habían 'rendido pleitesías al imperio'; comentarios que denotan una renuncia a cualquier intento de pensar y comprender un fenómeno político novedoso que no se circunscribe a la isla -pero que le compete- y que sugiere posibilidades políticas inéditas. Ante lo que no se entiende se procede a la descalificación moral y se abandona cualquier esfuerzo para desarrollar una discusión política necesaria.
Otros se preguntaban, más bien de forma retórica, por qué no se traduce el entusiasmo por Sanders en entusiasmo por Rafael Bernabe, el candidato a gobernador Partido del Pueblo Trabajador (PPT), si tienen básicamente la misma plataforma política? Este cuestionamiento se tradujo, en algunos casos, en un reclamo, mandato o 'chantaje velado' de que si se apoya a Sanders se tiene que apoyar a Bernabe, como si tuviera que darse una traslación mecánica o automática de la identificación política de uno al otro. Este reclamo pasa por alto que la política no es solo la 'lógica del discurso'. La política implica seducción, movilización de la emoción y lo afectivo. Esto es, conlleva un proceso de identificación que no se reduce a lo que dice o estipula un planteamiento programático. Tener la ideas 'correctas' o la 'razón' no es suficiente.
La política es construcción de sentido y este no existe a priori de manera 'natural', sino que construye a través de identificaciones simbólicas y afectivas sobre las cuales se articulan posiciones. La política democrática radical supone armar un relato que proponga un horizonte alterno al neoliberalismo imperante y que ese relato logre destacarse en la competencia con otros. Esta perspectiva implica lazos afectivos y de solidaridad que pueden cristalizarse en una identificación política, siempre inestable y atravesada por tensiones y contradicciones. En todo caso, si ese relato logró acogida en los Estados Unidos y en cierta demografía en Puerto Rico, la visita de Sanders pudo haber sido una ventana de posibilidades para que un relato de igual contenido tuviera mayor recepción en la política en la isla. Coincido con Iñigo Errejón cuando plantea que:
La política transformadora nunca es la revelación de 'una verdad' que ya existe, ni ser altavoz de lo que un pueblo ya construido sabe de antemano, una esencia a la espera de ser proclamada… la política es construcción de sentido y que por tanto el discurso no es un 'ropaje' de las posiciones políticas ya determinadas en otro lugar (la economía, la geografía, la historia) sino el terreno de combate fundamental para construir posiciones y cambiar los equilibrios de fuerzas en una sociedad.5
De modo que si se quiere entender por qué los que endosan a Sanders no necesariamente apoyan a Bernabe se debe tomar en serio, y no retóricamente, la pregunta de por qué no hay traslación del apoyo del primero al segundo? Ello implica interrogar de manera abierta y autoreflexiva por qué un discurso político interpela a unos sectores y discursos parecidos no lo logran. Eso también conlleva hacerse la pregunta por el problema de la subjetivación e identificación política y por la construcción de sentido que supone la narrativa política. De nada vale exigir de manera moralista e incondicional este apoyo, y mucho menos, regañar o ridiculizar a los seguidores de Sanders.
Esa interrogación, además, tendría que ser capaz de poner genuinamente en discusión si la falta de interpelación que pueda tener un partido como el PPT entre los jóvenes que apoyan a Sanders está vinculada a que a pesar de que este partido formalmente no es independentista es percibido por estos jóvenes como si lo fuera o, al menos, como muy afín a esta tradición política. Habría que ver si estos jóvenes y otras demografías que se interpelan con el discurso antineoliberal del movimiento de Sanders, no se sienten convocados si ese discurso está o se percibe supeditado a la retórica independentista o a cualquier fórmula predeterminada de status. Es interesante que en el teatro de la Universidad uno de los temas menos aplaudidos unánimemente fue el de las distintas fórmulas de status predeterminadas, mientras que los temas relacionados a las políticas antineoliberales, ambientales y otros produjeron reacciones fuertes y contundentes. Sí hubo reacciones fuertes anticoloniales pero eso no necesariamente, por razones obvias, se traduce en una unanimidad hacia la independencia –ni hacia ninguna otra fórmula- como opción predeterminada. Ahí parece haber una clave que debería explorarse.
Me parece que el efecto 'Sanders' ha alterado de manera imprevista el escenario político puertorriqueño. El apoyo a su candidatura aquí ha demostrado que hay receptividad y simpatías hacia un discurso antineoliberal y favorable al 'socialismo democrático' entre un amplio sector de jóvenes mileniales y otros sectores que no se sienten convocados por los discursos de los partidos políticos existentes en el país. Pero también sugiere que si ha de articularse este discurso político alterno, el mismo no puede ser percibido ni estar fundamentado en el independentismo. Dicho de otro modo, este movimiento tendría que romper con el cordón umbilical de la tradición independentista y tratar de interpelar de manera transversal a partir de la 'cuestión social' o de una política 'de lo común' a la ciudadanía. Sobre todo si se trata de esa tradición independentista que descarta moralmente a quienes son capaces de responder a un alineamiento político distinto como el que supone el de Sanders.
Lo anterior supondría construir un nuevo 'sentido común' que quiebre el orden de la partidocracia y la ortodoxia de la política fijada en las fórmulas de status. Como ha dicho Juan Carlos Rivera Ramos, el movimiento pro Sanders podría ser 'el comienzo de una plataforma heterodoxa y plural para la politización ciudadana fuera de los dogmas de partido y enfocada en la justicia social, aquí y ahora'.6 El efecto 'Sanders' ha descolocado el escenario político tradicional y apunta a la posible reconfiguración del mapa político del país. Los signos de quiebres y fisuras en las tendencias políticas tradicionales son evidentes y parece que van a intensificarse. Solo hay que ver el nuevo consenso político -la 'Santa Alianza'- contra Sanders que se ha fraguado entre figuras estadolibristas, estadistas e independentistas que usualmente son acérrimos adversarios. Esta alianza no debe pasar por desapercibida. Y es una muestra de que la política debe ir en otra dirección.
Pero, como todo en política, no hay ninguna garantía de que sea así. Es decir, el efecto 'Sanders' podría ser un fenómeno efímero. Lo único que podemos hacer es apostar a que este efecto conlleve esta reconfiguración política esbozada arriba y a nuevos alineamientos políticos a partir de una convocatoria en contra al neoliberalismo y favorables al 'socialismo democrático'; nuevos lineamientos capaces de provocar nuevas acciones y preguntas políticas en el corto y en el largo plazo. En el corto plazo ese movimiento ciudadano podría centrarse cohesivamente en la consecución de, al menos, cuatro demandas claves: (1) la auditoría y reestructuración de la deuda pública, (2) en contra de las políticas de austeridad la defensa y expansión de los derechos sociales y económicos (educación, salud, vivienda, transportación, etc.), (3) una reforma electoral democrática, y (4) una reforma fiscal que provea justicia contributiva a los asalariados. Esto podría ser la base una plataforma de mínima política para el momento de crisis que vivimos.7
Julio Vargas, 'Si, soy podemita, soy un traidor…Y ahora, discutimos de política?' (Entrevista a Manuel Monereo), Público, 21 de mayo de 2016, http://www.publico.es/politica/podemita-traidor-y-ahora-discutimos.html
Para una reflexión diferente a la tradicional en la que se invita a una nueva discusión dentro del independentismo, véase Rubén Colón Morales, 'Bernie Sanders: liberación o colonialismo?', 80grados, 20 de mayo de 2016, http://www.80grados.net/bernie-sanders-liberacion-o-colonialismo/
Carlos Pabón Ortega, 'El retorno del ‘socialismo'?', 80grados, 13 de mayo de 2016, http://www.80grados.net/el-retorno-del-socialismo/
Véase, por ejemplo, la columna de Mayra Montero, 'Sanders en almíbar', El Nuevo Día, 22 de mayo de 2016, http://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/sandersenalmibar-columna-2201200/
Iñigo Errejón, 'Podemos a mitad de camino', CTXT, 20 de abril de 2016, http://ctxt.es/es/20160420/Firmas/5562/Podemos-transformacion-identidad-poder-cambio-Tribunas-y-Debates.htm
Juan Carlos Rivera Ramos, 'Desobedecer el consenso y reconfigurar el mapa politico en Puerto Rico', 80 Grados, 27 de mayo de 2016, http://www.80grados.net/desobedecer-el-consenso-y-recofingurar-el-map-politico/
Para una elaboración de este planteamiento, ver, Carlos Pabón Ortega, Mínima política: textos breves y fragmentos sobre la crisis contemporánea, (San Juan, Ediciones La Secta de los Perros, 2015).
*El autor es profesor de Historia en la Universidad de Puerto Rico. Tomado de 80 Grados.
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