Chicago
Será la playa sin salitre, sin esa alma oceánica que le brinda al Atlántico el aliento que el lago Michigan jamás tendrá. Esa ausencia del salitre le confiere a la escena aires de artificialidad; parece de embuste, la playa, el horizonte. Pero por lo menos están ahí, azul líquido y azul gaseoso, componiendo una especie de frontera marina.
Es suficiente, por el momento, y preferible al aromático discurrir de los ríos neoyorquinos y la imponente urbe yanqui. Chicago se conoce como Second City no por ningún concepto jerárquico, sino porque se volvió a construir –o más bien, a reconstruir– sobre sí misma una segunda vez luego del afamado siniestro a la postre del siglo diecinueve. Al oeste, la decadente galaxia de Los Ángeles no representa competencia, son de distintas categorías.
Será por eso mismo, por el hecho de ser una ciudad de segundas oportunidades, siendo la urbe una segunda oportunidad en sí misma… Nueva York, con lo mucho que la quiero, apesta y marea. Desconcierta. En cambio Chicago siempre está organizada como la clásica parrilla, o grid, que en su momento fue la paja mental de todo planificador urbano, gracias al susodicho fuego y la pronta reconstrucción que vivió.
En los Niuyores, como quien dice, se puede uno perder días enteros bajo tierra en los túneles del metro. En Chicago predomina el elevado y es difícil perderse, ya que todas las líneas llegan al Loop, o downtown. Las ventajas del elevado las conocen mis panas boricuas, que sin duda se han montado alguna vez en el Tren Urbano solo para disfrutar del paisaje citadino. El paisaje de Chicago, en términos arquitectónicos, es sumamente frondoso, por así decirlo. Desde Millenium Park hasta Hyde Park, sin olvidarnos del viejo Frank Lloyd, la Segunda Ciudad está repleta de joyas, rascacielos y pequeños secretos, como los personajes de Wizard of Oz en el epónimo parque de Lincoln Park, los sendos estadios de los Cachorros y las Medias Blancas, hasta los tesoros del Art Institute; Chicago tiene de todo. Y para los que gustan de la cultura subterránea, el centro comercial del downtown es prácticamente hueco – uno de mis atajos preferidos es cruzar el centro por las carreteras subterráneas.
Pero eso es pura estética. El encanto verdadero de mi ciudad adoptiva es cultural más que nada. La convergencia de culturas latinas es abundante y abarca desde el teatro y el cine, hasta la literatura y la música. Ver un concierto de Allá en vivo y gratis en Millenium Park no tiene precio. En esa misma tarima todos los años desfilan los mejores músicos; desde The Books hasta Cyndi Lauper y Ana Tijoux. Si no, siempre está el atractivo innegable del Green Mill, barra favorita de Capone, la cual ha preservado sus interiores desde hace ya 100 años y donde se puede escuchar el mejor jazz del momento. O si no, siempre encontrarás compañía con los blues en Kingston Mines, House of Blues, o un sinnúmero de lugares en el southside.
O si no, serán, tal vez, las opciones del Hideout y el Empty Bottle, que siempre ofrecen lo último y lo mejor del rocanrol contemporáneo. Si no será por Reckless Records o Dusty Groove, o si no definitivamente por Pitchfork. Además de la música, está la multiplicidad de parques; Humboldt, Wicker, Albany y Lincoln, por mencionar solo unos cuantos. Será esa avenida Lincoln que comienza en un cuadrado y termina en un parque, la cual me albergó por año y medio mientras veía el colectivo The Inconvenience convertirse en una de las casas productoras de espectáculos más aventureras de la ciudad. Será que hay más compañías de teatro en Chicago que en cualquier otra ciudad del hemisferio.
Serán los tantos antros que abundan en tantos barrios distintos: Pilsen, Heart of Chicago, Back of the Yards, Near North, Uptown, Andersonville, Lakeview… son demasiados. Cada uno con su barra preferida, Skylark viene siendo la de mi barrio de la Dieciocho, en Pilsen. Pero adonde quiera que te aventures encontrarás un antro acogedor, y aunque tal vez no sea tanto más barato que la Gran Manzana, por lo menos en cuestión de rentas no comparan. Acá todavía se puede vivir con espacio. Para los artistas que además mantienen estudios, la diferencia es astronómica.
Pero tal vez sea por sus librerías, las cuales sufrirán de poco español pero compensan en novelas gráficas y zines. Será por Quimby's y Myopic, si no por Powell's, Unabridged y Bookleggers, que siempre me ayudaron a matar las horas en los parques. Pero más que por todo eso, será por la gente, los escritores, los actores y los individuos. Escritores como Fernando Olszanski, Febronio Zataraín, Raúl Dorantes y Rey Andújar. Será Contratiempo que me presentó a Jorge Frisancho, a Jorge García y a Santiago Weksler.
Será por todo esto que Chicago me mantiene en esta, la tercera costa –esa sí es por jerarquía, luego del este y el oeste, está la tercera costa de los grandes lagos. Y será más bien porque es costa y yo me crié en la costa y no puedo concebir la ausencia de la costa. Así que lamentaré la falta de salitre, pero me amparo en la arena de sus playas.
Gracias Chicago.
*El autor es periodista. Tomado de 80 Grados.