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Ojalá triunfen los palestinos

El 30 de julio, cuando a sus tres semanas la matanza de palestinos rondaba 1,370 muertos (el día siguiente The New York Times informó 1,418), en su gran mayoría civiles incluyendo una alta cantidad de niños, y habían muerto quince escolares en un ataque de Israel contra una escuela en Gaza, El Nuevo Día tuvo en portada 'El país se prepara para el racionamiento' (de agua), como si fuese de la máxima importancia, o se refiriera a un pueblo unido que espera una invasión. ¿Por que no podía ser portada la matanza en Gaza? ¿No puede ser portada un tema internacional, y sobre todo este? Cierta visión de la puertorriqueñidad asume un encerramiento que evade el proceso del mundo. La prensa dominante reproduce la estrechez de miras, la banalidad, la poca distinción entre lo grande y lo pequeño, la indiferencia ante el dolor si apreciarlo conlleva educación política. En la página 32 titulaba: 'Clave el control territorial', y 'Expertos ven como detonante del conflicto que los palestinos esten disgregados en zonas incomunicadas'. Son criterios de guardias, pertinentes a inteligencia militar (la israelí). Se omite lo esencial. Sin duda monitoreada por los sistemas norteamericanos, la prensa de Puerto Rico no da cuenta de, por ejemplo, artículos publicados en la prensa europea de soldados israelíes asqueados y deprimidos por la matazón de palestinos.

Como se reproduce la alienación —el desinterés en el otro—, sigue teniendo libre curso la suposición de que el medio comercial, noticioso u otro, inocentemente satisface el deseo del pueblo, y el pueblo quiere evitarse más angustias de las que ya tiene, relajarse con cosas light y no estar llorando por desgracias que ocurren a miles de millas u ocurrieron hace siglos, por ejemplo el exterminio de los indígenas en las antillas o el sistema de esclavos durante tres siglos, temas que tendemos a evadir.

Se verifica una fisura entre el llamado pueblo y los llamados intelectuales: estos últimos leerían libros y prensa de varios países, tendrían conciencia histórica y se escandalizarían por las grandes violencias, mientras el llamado pueblo sólo quiere tener su fiesta en paz, tomar cerveza y ver el juego. No denunciará la FIFA al estado de Israel en la transmisión de sus partidos, ni siquiera al mostrar sus pancartas de repudio al racismo. Coca-Cola insinúa que los muchachos palestinos toman felizmente el refresco, al son del fútbol, en una tranquilidad global. Los ilustrados, alarmados, a menudo culpan a las masas por su indiferencia, y así se repiten la oposición de ambas identidades y la reclusión de debates urgentes que deberían estar en primer plano.

Conviene, pues, fijarse en la complicidad de los medios con el crimen, pero también en una dialéctica de la ideología: la gente evita saber y comprender para evadir la melancolía, y a la vez construye conductas y pensamientos que cuidadosamente ocultan los hechos desagradables y representan la vida normal. Se dice que —como en Israel— los puertorriqueños evitan criticar al ejército de Estados Unidos, por callado temor a posibles represalias (toda comunicación puede ser interceptada), pero además por una especie de gratitud por ser una fuente principal y masiva de empleo.

Una cuestión es cómo superar esta ignorancia premeditada o analfabetismo consciente. Curiosamente, parece que la expansión inaudita del mundo privado e íntimo que han traido los medios electrónicos personales asociados a internet, digamos las llamadas redes sociales —dada la hegemonía que sobre ellos tiene el mercado—, ha debilitado severamente al mundo público y de conciencia e información políticas y debate sobre las cosas que afectan a todos, eso que suele llamarse la sociedad. Es un tema actual la relación entre los medios electrónicos, fundados en el acceso personal y la compra de aparatos, y un presunto aumento del individualismo y el narcisismo (amor al yo, indiferencia hacia los otros). Por supuesto, estos recursos fabulosos podrían producir más conciencia transnacional, más solidaridad, mayor visión histórica, más relaciones edificantes entre el yo y el mundo.

Articulados a la cultura de mercado, los medios de información —incluido el sistema escolar— contribuyen a una unidad entre 'las masas' y el capitalismo y sus derivados: imperialismo, militarismo, colonialismo, industria de guerra. Marx menciona que la clase trabajadora se fusiona al dominio capitalista dada la solidez —moderna, tecnológicamente progresista— de las relaciones que el capital ha formado tras someter violentamente a sus opositores.

Con la acumulación global de capital crece la explotación, la fuerza de trabajo vale menos, la mente se rebaja, la educación se dificulta. La información se hace difícil de leer y el proceso social duro de entender, y no sólo por la confusión general, sino por la disminución en la destreza de lectura. El tuit difícilmente elabora el tema palestino, ni el puertorriqueño ni ningún otro. Marginados quedan el ensayo científico, la novela, el cuento, el libro, la poesía, el debate, el criterio propio e informado. El periódico de papel sirve para limpiar los cristales y recibir los shoppers, mientras las bombas nucleares vienen de distintos tamaños y variedades.

El 31 de julio El Nuevo Día publicó que Hamas, el partido que en 2007 ganó las elecciones en los territorios palestinos ocupados, es un grupo terrorista. Añade que Hamas persigue la eliminación del estado de Israel. Pero no dice sus otras propuestas, ni por qué goza de tanto apoyo, ni por qué ascendió en años recientes. Tampoco El Nuevo Día informa que los ataques israelíes de 2008-09 contra Gaza —que dejó un número de palestinos muertos menor al que dejará la actual agresión sionista— se produjeron después de descubrirse depósitos de gas natural en la costa que incluye la Franja de Gaza; ni que Israel confiscó —violando la ley— parte de los depósitos correspondientes al territorio palestino. Se han descubierto nuevas magnitudes de los depósitos. La crisis económica arrecia. Se prevén nuevas crisis energéticas. Entonces vino esta ofensiva de bombardeos por aire, mar y tierra, tras la excusa de unos jóvenes misteriosamente muertos.

Una ideología extrema mantiene la cara fresca de los jefes políticos y militares sionistas. Un Jehová brutal justifica de Israel su crueldad y le asegura impunidad. El capital y el poder se concentran en menos manos, aumenta feroz la competencia y se exacerban el desprecio al otro, la agresión al prójimo, el empujón al más débil, la rebatiña por recursos. La banca sigue prestando a gobiernos y a aventuras militares. No cede el respaldo de Estados Unidos y la Unión Europea a Israel. La decepción espera a los creyentes (no sólo del PNP) en el estado norteameriano como democrático y progresista y a los creyentes en los valores occidentales de Europa. Están en ascenso los partidos neoliberales racistas, militaristas y xenofóbicos (y de sectas antisemitas, contradictoriamente, montándose en la actual ola anti-Israel).

A menudo los malos prevalecen y permanecen. Pueden lanzársele culpas. Pero el asunto es más complejo. Se refiere, de nuevo, a la evasión de la culpa propia, la cual provoca sufrimiento, y a la complicidad general con una forma de vida indiferente al sufrimiento de otros, que, como hemos visto, la prensa dominante alimenta. El problema se soluciona de forma simplista con el perdón, que quita la culpa.

Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen; esta frase indica el fenómeno de la ideología: la gente comete barbaridades aceptables dentro de unas creencias, y se hacen conducta normal. La absolución siempre puede venir con el perdón. Sin embargo cada cual debe asumir su responsabilidad y, más aun, el reto es lograr un nuevo orden social y político, más allá de perdonar o no perdonar. Los opresores deben caer. El estado terrorista debe terminar. Para ello es necesario entender el proceso histórico, su carácter cultural y material, la participación de masas subordinadas en la política desalmada de los estados, la formación de sensibilidades e insensibilidades, la ideología. No es en términos de quién tiene la culpa como debe abordarse el entramado histórico, sino de un proceso social complejo que condensa predisposiciones psicológicas, impulsos inconscientes, corrientes políticas hegemónicas y presiones morales, económicas, legales.

Triste queda la narrativa cristiana, centrada en la cruz, símbolo de un martirio violentísimo nada menos que en tierras palestinas. Maquiavelo sugirió la disposición cristiana a separar la moral de la política (distinto a judíos y musulmanes). Quizá esta separación se corresponda con una cierta inclinación cristiana al acomodo egoísta y a la sumisión oportunista al poder. No es asunto mío la maldad de los poderosos, yo me salvaré en el cielo porque soy bueno, trabajo para mi ingreso, voy a la iglesia. Esta pasividad puede relacionarse con una blandenguería occidental, ese reclinarse en la prosperidad —lograda a costa de los países pobres y gracias al trabajo— y en un optimismo infantil de que al final todo estará bien. El conformismo y el miedo al estado son parte de la actual civilización militarizada. Mi culpa, mi grandísima culpa debe lavarse en una mezcla de mercado y estado que confunde salario, vigilancia e indiferencia a guerras que se piensan lejanas.

No ha informado la prensa en Puerto Rico de las manifestaciones masivas en diferentes ciudades del mundo en protesta por la carnicería israelí, ni los pronunciamientos de artistas, académicos, religiosos y jefes de gobierno contra la matanza de palestinos. No estuvo solo el mandatario de Turquía al comparar al estado de Israel con el nazismo alemán, y añadir que el primero es peor. Otros han abordado el fenómeno de la cruedad y sus ingredientes psicológicos y culturales. Indignado, el profesor Vattimo ha clamado porque se provean armas a Hamas para que enfrente la agresión sionista. No aparecerán, seguramente. Hace cuarenta años esas armas anticoloniales las hubiese provisto, quizá, la Unión Soviética. El actual capitalismo global neoliberal tiene un polo principal, Estados Unidos —aún con su visible crisis y descenso—, al cual la Unión Europea se pliega como un cordero.

Ingenuo quien crea que hay más participación democrática hoy en los países de las zonas poderosas del capital, o que la guerra y el militarismo irán en declive, o que los poderosos trabajan arduamente por la paz y el ambiente global. Ingenuos quienes ignoren la influencia de los sionistas en el gobierno norteamericano y el respaldo sistemático de Estados Unidos a Israel. Ingenuo quien crea que la política exterior de Obama es más justa que la de Bush (padre o hijo). Ingenuo quien piense que la queja de algunos funcionarios estadounidenses por la presente matanza se traducirá en algún giro serio de la política exterior. Ciego quien no vea que la alianza entre Israel y Estados Unidos es la causa principal de guerra en el mundo contemporáneo y mantiene de rehén a la humanidad, al provocar violencia una y otra vez en el Oriente Medio y terrorismo de grupos fundamentalistas musulmanes en distintas partes del mundo. Ciego está quien no vea que el militarismo es financiado sin cesar por la gran banca, se nutre muchas veces de jóvenes que no consiguen empleo, y alienta una visión de mundo guerrerista y racista en las nuevas generaciones.

Ojalá triunfen los palestinos. Ojalá los judíos derrumben su criminal y fanático gobierno. Ojalá que le lleve la muerte, a toda esa crueldad. Ojalá el pueblo norteamericano derroque algún día el militarismo capitalista de Washington y Wall Street. Ojalá en Gaza dejen de bombardear viviendas, escuelas, clínicas, mercados y calles. Ojalá llegue la paz. No parece, sin embargo, por ahora. Ultimamente hasta Hollywood duda de los finales felices. Mientras tanto, en el largo interludio, procede estudiar y conversar. Enseñar y aprender humanidades, literatura, lenguas, análisis cultural e historia del mundo, de los países, de la tecnología, de las ideas, del estado, de las relaciones internacionales. Mientras más dialoguemos de la humanidad —en el salón de clases y fuera de él— menos lejos estaremos de frenar la barbarie.

*El autor es Es profesor de ciencias sociales en la Universidad de Puerto Rico. Tomado de 80 Grados.