Ser culto para ser libre
'Ser culto es el único modo de ser libre'. Tan sencillo y tan poderoso. Dice Rosa Luisa Márquez que Jose Martí lo dijo todo. Ciertamente, todo lo que dijo lo dijo mejor que muchos. Hasta eso mismo: 'Todo está dicho ya; pero las cosas, cada vez que son sinceras, son nuevas'.
Esa facilidad de decir lo fundamental es la que distingue el pensamiento martiano. Verlo colgado en carteles y escrito en vallas en lugar de slogans de cervezas por toda La Habana me hizo sonreír muchas veces. No tanto cuando regresé al paisito. Aquí me acecha. Aquí eso de decir que hay que ser culto para ser libre puede ser hasta ofensivo. Culto es cursi. Culto es elitista. Culto es comemierda. Culto es pedante. Culto es ceremonia religiosa. El culto es a la ignorancia.
Hay que explicar que Martí se refería a educarse, a ilustrarse, a cultivarse. No para discutir a Heidegger, Chomsky o Mónica Cavallé. Ni siquiera para leer a Borges o Emile Zola. Sino educarse para dejar de ser ignorante. Para pensar. Para entender. Para aspirar. Para dejar de ser lo que alimenta nuestra miseria colectiva. Dejar de confundir valor por precio, libertad por confort y felicidad por consumo.
Revisitar el tema de la ignorancia de nuestro pueblo no es de mi agrado. Me parte el alma. Pero aunque uno no vaya a Cuba a buscar comparaciones, se hace inevitable. Especialmente cuando se viaja a Cuba en otro de esos momentos de su historia en que el mundo entero mira de nuevo hacia allá. Porque Cuba, y no Puerto Rico, es la que se integra al boom de crecimiento económico de América Latina. Aproximadamente un dos por ciento sostenido en los últimos años. Todo el mundo se pregunta cómo lo hace.
Quien llega a Cuba buscando defectos los encuentra sin pasar mucho trabajo. Una pobreza que no se esconde, una capital que como patrimonio de la humanidad debería lucir mejor de lo que luce, gente molesta con los salarios miserables del Estado y un sistema de moneda desigual e injusto, un alto grado de contaminación ambiental por los sistemas de escape de automóviles viejos en su mayoría y la gente que fuma como chimenea (hay ceniceros hasta en los baños), un sistema de transportación masiva lento y atestado que no alcanza para la demanda, una calidad cuestionable en la mayoría de los productos de consumo, un menú limitado aun en restaurantes de cierto lujo, y un obvio problema de acceso a vivienda en una ciudad de dos millones de habitantes donde no hay poder adquisitivo para alquilar buena vivienda, mucho menos para comprar, ni siquiera para reparar la que se habita. Fíjense que todos los defectos son económicos. Por cada uno de esos, les puedo mencionar al menos cuatro en mi propio país: dos económicos y dos de valores.
Nada de lo dicho se oculta en Cuba. Lo ves o te lo cuentan a boca de jarro como la risa misma, sin contenerla. Como bien lee una valla de las que antes les hablé: 'Necesitamos levantar, no poetizar la caída'. También lo dijo Martí.
Cuándo se levantarán? No lo sé. Se levantarán? No lo sé. Cuándo nos levantaremos nosotros? No lo sé. Nos levantaremos? No lo sé.
Lo que sé es –al decir de Susan Homar-, que hay 'un equilibrio palpable entre la pobreza material y la riqueza cultural' en Cuba. Una identidad cultural tan poderosa que trasciende el nacionalismo como lo conocemos. Un sentido de historia que afianza una autoestima robusta; de la historia de ellos y hasta de la nuestra. Se me hizo un nudo en la garganta cuando llegué al Cementerio Nacional de Cuba buscando la tumba de Lola Rodríguez de Tió para presentarle mis respetos. El respeto me lo presentaron a mí cuando me hablaron de doña Dolores –aunque la tumba diga Lola se refirieron a ella como doña Dolores–, 'la gran poeta puertorriqueña que escribió que Cuba y Puerto Rico no podrán separarse nunca'.
Mis amigos de la religión Yoruba insisten en que soy hija de Oyá y por eso me gustan los cementerios. Me encantan. El cementerio de La Habana me dejó loca. Si en algún lugar se puede medir el respeto de un pueblo por sí mismo y su historia es en su cementerio. El de Cuba no deja lugar a dudas.
Por esa identidad, autoestima robusta y sentido de historia de los cubanos cambiaría todos los Plaza Las Américas del mundo.
Rosa Luisa y Susan fueron parte del grupo de treinta amigos del maestro Antonio Martorell que lo acompañamos a Cuba para celebrar su cumpleaños con la inauguración de una retrospectiva de su obra (Imalabra –imagen y palabra) que viajará desde La Habana a México, España, y luego de regreso al Caribe por Santo Domingo hasta llegar a su origen en Puerto Rico en septiembre del año próximo.
No era un grupo homogéneo, como tampoco lo son las impresiones que recibió cada uno de la visita. Fue similar, sin embargo, la alegría con la que disfrutamos la estadía y con la que salimos de Cuba. Y el deseo de regresar. Eso sí. Algunos bromeamos medio en serio con la idea de vivir allí. Graciela Rodríguez Martinó sueña con guiar un Coco Taxi en La Habana, una de esas motoras con carapacho amarillo que cargan hasta dos pasajeros. Uno de varios sistemas de transportación que han tenido que establecerse para trasladar dos millones de turistas al año por las calles de la ciudad donde florece ahora una cantidad impresionante de hoteles, restaurantes, paladares, barras, clubes nocturnos y todo tipo de negocio de servicio al turista.
El turismo vuelve a ser una de las industrias principales de Cuba y le queda bien. Está el turista canadiense, europeo y latinoamericano josco por toda La Habana. Los cubanos tienen una cultura de servicio bien puesta que parece estar grabada en los genes de un pueblo simpático, parlanchín y servicial con una actitud empresarial muy clara e integrada. El mundo entero reconoce el empresarismo cubano. Son empresarios por naturaleza y se las inventan como sea, particularmente para sacarle los cuartos al turista más maceta. Explotar esa veta es parte del plan país de Cuba y los cubanos.
Diana Betancourt Caballero.
Diana Betancourt Caballero
Porque Cuba tiene un plan. Un plan país que se lo sabe de memoria hasta el gato. Te lo explican con detalles que avergüenzan a los que no tenemos uno. Aunque al final con una sonrisa encantadora te añaden un 'pero aquí las cosas tardan'. Ellos mismos no saben si llegarán a la meta, pero no se sientan a esperar.
Ese plan país está montado sobre la expansión de su industria turística, la atracción de inversión extranjera en una versión muy cubana de apepés en las que los cubanos mantienen siempre la mano de arriba; abrir el puerto de Mariel que construyen con capital brasileño, varios proyectos de restauración comenzando con el Capitolio, abrir la adquisición de propiedad privada y negocios de capital externo, aunque con parámetros muy estrictos, y por supuesto, la ampliación de su industria del conocimiento, donde tienen el mejor recurso: el talento humano. Si de algo puede presumir Cuba sobre todo lo demás es de su gente.
En Cuba habrán fallado muchas cosas, pero no la educación. La facilidad con que cualquiera de cualquier edad te mete en un debate sobre política, economía, historia o cultura con datos concretos que no maquillan, hace feliz a cualquier periodista. Yo fui feliz. Entre jóvenes que quisieran vivir en Disneylandia o Hollywoood –y creen que Puerto Rico es ambos, bendito sea Dios-, otros jóvenes y no tan jóvenes que quieren salir a ver mundo pero no irse, viejos que saben que no van para ningún lado y nunca han querido, fanáticos de ambos mundos y una inmensa mayoría que está bien clara en que lo que tienen es lo que hay pero quieren algo mejor.
Tampoco ha fallado la salud. Allí hay un pueblo saludable, fuerte. Poco sobrepeso, mucha fibra, buen color y energía por vanes. Las calles están llenas de ellos a todas horas. Y cuando digo llena, digo llena. A falta de ruedas, la gente camina a pie a todos lados y no se les cae ningún canto. Caminan hablando y gesticulando. Si te encuentran y tienen algo que decirte, aguanta el paso que te lo van a decir:
'Ustedes son boricuas, no? Permítanme darles el pésame por la muerte de Cheo Feliciano. Para nosotros se murió también un cubano'.
La ciudad sigue siendo una gran ciudad a pesar del deterioro de años sin dinero para mantenerla bien. Nuestra zona de Santurce es más deprimente que lo que vi en Cuba. O quizás es que me deprime más porque es mía.
La majestuosidad sólida de las estructuras cubanas no la esconde nada. Los tenderetes de ropa entre ventanas de mansiones no son bonitos, las enormes casonas desvencijadas son un dolor a la vista, las ventanas y puertas tapeadas meten miedo y la necesidad a gritos de una pinturita en toda la ciudad es obvia. Yo que viví el Sur del Bronx cuando era una réplica de Beirut, no me horrorizé. A mí me impresionó la arquitectura cubana como me sigue impresionando el Coliseo Romano.
Insisto en que por más que Cuba se abra, el capitalismo como nosotros lo conocemos jamás vuelve a Cuba. El capitalismo salvaje que nos explota a nosotros se alimenta de la ignorancia. Y los cubanos ya no son un pueblo ignorante. Eso sí me conmovió. Saber que un pueblo en pleno puede dejar de ser ignorante es un sueño que no tenía referente para mí hasta ahora.
Los cubanos van a permitir lo que quieran permitir en Cuba, pero no lo van a hacer desde la ignorancia. Está muy claro a lo que no quieren regresar. Tienen ahora los conceptos de equidad y de solidaridad demasiado integrados para no regresar a lo que fue. No han logrado lo que quieren, pero están mucho más adelantados que nosotros. Tienen un plan de país. Y lo primero que necesita el futuro es un rumbo. Aunque tardes en llegar, caminas.
Dicen que cuando Raúl Castro, el presidente, entreabrió las puertas de Cuba, se radicaron casi medio millón de solicitudes de permiso para operar negocios en Cuba. También lo creo. Hasta yo jugué con la idea de abrir una sucursal de La Casa de Las Tías.
Lo que intuía y confirmé en Cuba es que el error más grave que pudo haber cometido Estados Unidos con Cuba ha sido el bloqueo. Sin el bloqueo la revolución quizás nunca habría sobrevivido y triunfado. Pero triunfó. Sobrevive. Sobrevive hasta Fidel Castro que ha visto ocupar Casa Blanca a once presidentes y le ha dicho baibai piojito a seis.
Si los cubanos lograrán el socialismo próspero y sostenible que se proponen no lo sé. Pero no vuelven atrás a confundir valor por precio, libertad por confort y felicidad por consumo. Apuesto a que van a saber apreciar el precio, el confort y el consumo sin confundirlos con los valores, la libertad y la felicidad.
*La autora es periodista y escritora. Tomado de 80 Grados.