Mañas en la cama
Seguro no soy la única persona a quien le pasa que mientras hablo con un desconocido, la mente se me escapa para inventar detalles insólitos de su vida íntima. Justo me pasó hace poco en un coctel. Mientras el señor muy serio me hablaba de sus investigaciones, yo me lo imaginaba ejecutando un ritual calamitoso antes de acostarse a dormir. Tenía puesto un camisón de dormir tipo el tacaño Scrooge, con sombrerito. Y se sobaba el ombligo con una crema especial para evitar ronquidos. Cuando pasó a ponerse unas pinzas en las fosas nasales, force un giro y me puse a hablar con otro extraño, porque lo más terrible de esta manía es que tan pronto comienza a galopar, es muy difícil ponerle freno.
Vistos de cerca, todos somos raros. Y vistos debajo de un microscopio, somos unas criaturas extrañísimas. Y por supuesto que no hay mejor ambiente para las mañas y las excentricidades que la cama propia. La cama, después de todo, con su lío de sábanas y cobijas, es el refugio más íntimo de nuestras animaladas. Imagino que hasta los refugiados que viven en casas de campaña tienen rituales y obsesiones a la hora de acostarse. Ojo que no me refiero sólo a la cama como eufemismo de la sexualidad, aunque de seguro también en eso se dan comportamientos extraños, pero, contrario a lo que la gente suele decir de si mismo, me temo que ahí se peca de monotonía; sino de la cama de descansar, el nido del sueño y las pesadillas, donde sudamos las gripes físicas y emocionales.
Conozco a alguien que para dormir tiene que embadurnarse de pies a cabeza con una crema humectante, usar tapones en los oídos, y sacar su mantilla de bebé que guarda escondida en una gaveta secreta. Otra amiga, pasadita de los 40 años, todavía duerme abrazando un peluche de Bambi gigante y se levanta cada cierto número de horas para ponerse chapstick, aunque esté en el trópico. Es poco sexy, a decir verdad. Pero es lo que hay. Claro está que llegamos a una edad en que nos importa más dormir placenteramente que vernos hermosas reposando con un baby doll sobre el lecho.
Y no se crean que son manías de mujeres neuróticas. También conozco hombres que tienen liturgias simbólicas que forman parte de su vida secreta. Sé de uno que le da la vuelta a la cama al menos 10 veces antes de poder caer en los brazos de Morfeo. Otro que tiene que tomarse, exactamente media hora antes de reposar, un vaso de leche con chocolate caliente. Y por supuesto, siempre está el que duerme desnudo, aún en el invierno.
Quienes tenemos pareja sabemos que existe un instante decisivo en el momento de pasar una noche por primera vez con alguien, en que ambas personas actúan como si no les importase dormir del lado izquierdo o derecho. La verdad, sin embargo, es que a la mayoría nos fastidia vernos desalojados de nuestro lado habitual. Pero que no se mencione el asunto esa primera noche, que sería una vergüenza aparentar ser inflexible…. Sin duda uno de los momentos cruciales del desarrollo de una relación es cuando por fin te atreves a confesar al otro que debes acariciar tu nariz con un pañuelo de seda fina para quedar dormida.
En fin, que si te paras a pensarlo, eso es el amor. Saber que tu pareja tiene un ritual ridículo, y aún así, seguirle queriendo. El verdadero amor se consigue cuando todas esas mañas infantiles se vuelven normales para el otro, porque hasta que no sabes cómo duerme de verdad tu amante, no has prendido la lucecita nocturna de su oscuridad, esa que también ilumina el camino al baño.
*Tomado de 80 Grados.