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SAN JUAN WEATHER
80 Grados

El año se cae, se cae

El año se cae, se cae… Se despeña sin nada ni nadie que lo detenga, pierde pie, se desboca, se va de cabeza por el risco de diciembre que avanza a encontrarlo. El año está borracho de tiempo. Un coctel embriagante de meses, semanas, días, horas, minutos y segundos le nubla la visión, le entumece piernas y brazos, le reseca la boca, le confunde el pensamiento. Pierde la memoria, no atisba el porvenir.

El año se cae, se cae… y con él caen las hojas del calendario y de los árboles, los ojos que las vieron caer, las horas que se asoman a la esfera del reloj vestidas de números, los minutos que se escondieron para no ser contabilizados y sepultados, los segundos que no alcanzaron para un suspiro nostálgico o un jadeo amoroso. El año se cae con una inevitabilidad que espanta al año por venir, le augura un destino similar, lo desarticula antes de esbozarlo. La caída del año, no por previsible es menos aterradora. Y una caída siempre causa risa, aunque su resultado sea trágico.

El año en su aparatosa caída, anunciada por las elecciones de noviembre, trastabilla, voltea sobre sí mismo atropellando momentos sublimes, noches perdidas, mañanas laboriosas, tardes soñolientas, ausencias irreparables. Pobre año a punto de perderse, de jamás reincorporarse después de tan aparatosa caída, próximo a yacer casi exangüe con el último aleteo febril de un moribundo 31 de diciembre tras su precipitada agonía.

No es una visión grata, verlo dar vueltas sobre sí mismo como una machina loca de velocidad con el ansia escondida de la inmovilidad final. Pero esa no llega todavía. El año se cae, se cae… La caída parece interminable porque según se encoge sobre sí mismo, el tiempo se dilata acomodando horas perdidas, encuentros fugaces, esperas desesperantes, miradas repetidas al reloj que se juntan en un amasijo que nunca llega a fundirse del todo, punzante de asperezas irreconciliables, recuerdos que se reviven unos a otros en recriminaciones sordas pero hirientes. No es un deslizamiento grácil ni un éxodo rápido, no. El año se cae, se cae una y otra vez como si nunca fuera a llegar el abismo que lo llama, el vacío que lo seduce.

Es la repetición con variaciones de ese caer lo que atormenta, lo incontrolable de esa velocidad intermitente, ese ritmo fuera de compás, el quebrar del tiempo acostumbrado que hiere la vista y el oído violando el cuerpo del tiempo y el espacio.

Por qué se cae así? Sin son ni ton, con una voluntad que no es de él, enajenado, obedeciendo a una ley desconocida y cruel, roto en sí y precipitado en un roto insondable. El año, ay!, se cae, se cae, y no podemos detenerlo. Ya no sabemos si caemos con él o cae sobre nosotros. De todos modos cae y ser testigo de la caída es peor que caer porque no podemos evitarlo. Siempre pensamos que extendiendo los brazos podemos detener nuestra propia caída. Pero ni la suma de todos los brazos puede detener el año que se cae, se cae…

No quiero mirar y mucho menos reírme. Voy a esconder el reloj y botar el calendario. Pretenderé que no estoy aquí, que ni veo ni oigo ni siento. Que se caiga de una vez por todas! A ver si me importa.

*El autor es artista. Tomado de 80 Grados.