El libro virtual y la industria de la cultura
Por Mayra Santos Febres*/El cierre de Borders, la cadena de librerías más grande de Estados Unidos, levanta una voz de alerta acerca del estatus del libro como mercancía y su lugar como objeto cultural. Ya se hablado del impacto de dicha decisión en Puerto Rico, pero qué significa este cierre para nosotros los escritores, los productores de libros?
Una cosa es clara, la industria del libro atraviesa por las mismas transformaciones por las cuales ya ha atravesado la industria de la música y del cine. Las revoluciones tecnológicas en esta era virtual y la aparición de nuevas plataformas electrónicas para la publicación y diseminación de música, vídeos y palabras revoluciona el mercado entero. En el caso de la empresa editorial, los conglomerados cuentan cada vez menos con imprentas, almacenes y suplidores para hacer llegar el libro a sus consumidores. El libro virtual se mercadea de otra forma. Lo compras por internet, llega a las tabletas lectura y sanseacabó. No hay que repartir ganancias entre intermediarios.
Eso plantea serias dificultades para libreros, suplidores y, aunque no parezca así de primera instancia, para lectores y escritores. Primero, porque cada vez hay menos librerías que pueden mantenerse abiertas solamente con la venta de libros, y el por ciento de esta ganancia que se queda en manos de los dueños de las librerías. El costo de mantenimiento de local y personal aumenta porque se le añaden los costos, cada vez más altos, de encontrar suplidores externos. Las librerías ya están empezando a sufrir estos embates.
El problema se intensifica porque las librerías pequeñas poco a poco se irán transformando en tiendas boutique especializadas, que tienen que vender una experiencia o valor añadido en vez de una mercancía/objeto cultural cuyo estatus se está transformando en 'objeto de lujo'. Es decir, que las librerías tendrán que reformular la manera en que sobreviven, proyectándose como lugares de reunión y espacios que ofrecen todo un programa de actividades culturales y sociales. Las librerías pequeñas tienen que diversificar su oferta, abriendo espacios para cafeterías, auditorios para charlas y presentaciones de libros, lecturas de poesía, presentaciones de teatro, lecturas de literatura infantil, teatro de títeres, clases de yoga, huertos caseros y cocina, degustaciones de vinos o de café; toda actividad que atraiga un público que, con suerte, con mucha suerte, termine por comprarles un libro. Algunas de estas librerías, simplemente, no tienen el espacio ni las ganas.
Por otra parte, los lectores enfrentan otro problema con el libro electrónico. Las tabletas para bajar libros (Kindle o Blio) no son compatibles. Es decir, que si un lector compra un Kindle para bajar libros electrónicos, puede que le interese un libro que no es compatible con el formato de su aparato de lectura. Aún no se ha resuelto este asunto tecnológico.
Este mercado naciente de los e-books está copado por las empresas editoriales de libros en inglés que, en su mayoría, les aseguran ventas. Es facilísimo obtener bestsellers publicados o traducidos a esta lengua, pero los libros en español (ni hablemos de libros publicados en sueco, en alemán, en taagalog o en otras lenguas más minoritarias) brillan por su ausencia. Es decir, que aún las empresas editoriales, incluyendo las editoriales multinacionales como Alfaguara o Mondadori, no tienen claro cómo mercadear los libros de sus autores a través de esta nueva plataforma virtual.
Qué hacemos los escritores entonces? La verdad, muchos no sabemos. De repente, las editoriales nos exigen que nos convirtamos en escritores para el espectáculo, en escritores masmediáticos que también tienen que 'diversificar su oferta' y 'vender la experiencia de ser escritor'. O como bien aconseja la famosísima y veterana escritora Elena Poniatowska, 'hay que venderse como si una fuera una pasta de dientes'. Esto, obviamente conflige con las concepciones esperadas de lo que es (era) un escritor. Ya no se trata tan sólo de escribir buenos libros, sino de vender la marca. El problema es que la marca eres tú, la persona. El tiempo para la escritura se achica, no cesan las invitaciones a ferias, festivales, congresos y charlas. A veces, una hasta termina por inventarse un festival para resistir el embate de la industria, para crear un espacio de diseminación y circulación para los escritores de tu país y para que los lectores puedan acceder a libros en su idioma en lo que se abren los supuestos espacios que la globalización neo-liberal vende como de libre acceso y para todos. En mi caso personal, creo que hay que apostar a estos circuitos también nacientes, ver si así no terminamos todos por desaparecer.
Pero lo que sí es imperioso es que los empresarios locales vean este camino que se abre ante nosotros y asuman los riesgos que imponen estos tiempos transmodernos. Se necesita, con urgencia, de empresarios (es decir, de gente con capital) que comiencen a comprar archivos virtuales para la creación y mercadeo de libros electrónicos en español. Quien lo haga ahora, pica al frente. Como bien argumenta el escritor y librero boricua Luis Negrón, el mercado del libro siempre es, en primeras instancias, local. Ninguna editorial, por más multinacional que sea, firma a un autor que no les asegure ventas en su país de origen. Eso lo sabemos todos los escritores que hemos tenido incursiones (todas más bien modestísimas) en editoriales internacionales. Si un autor no vende en su país, no vale la pena contratarlo. Pero, si no hay puntos de venta, cómo va a poder un escritor vender en su país? He aquí el dilema… Es por ello que las editoriales locales (inclusive la de la UPR, ICP y las medianas Cultural, Puerto, Huracán, Callejón, etc.) deben convertir sus libros a formato electrónico, organizar buenos contratos de compra de derechos por libros electrónicos para sus autores (esto mismo ahora es un procedimiento que no tiene ni pies ni cabeza) y empezar a contratar buenos diseñadores de plataformas electrónicas para digitalizar su inventario. Y los hay en este país, hay gente de sobra para virtualizar la literatura.
Después, imagino que, una vez establecidos y generando ganancias, estos visionarios de la industria de la cultura editorial empezarán a recibir buenas ofertas de las transnacionales y terminarán vendiéndole su empresa a Google. El neo-liberalismo es así, voraz. Pero por el momento hay que dar la batalla. Darla en serio. Nuestro capital cultural (ese que sí tenemos) depende de ello.
*La autora es escritora y creadora del Festival de la Palabra.