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Pupitres patéticos

El pasado miércoles 23 de febrero fui a ver cómo estaba la UPR ante el paro declarado por los estudiantes. En todos los portones, con excepción de la entrada por la Avenida Barbosa donde está el cuartel de la policía universitaria, encontré vallas de pupitres y troncos de árboles impidiendo la entrada. En el portón de la Avenida Ponce de León por el Museo y la entrada al tren urbano había unos pocos estudiantes, algunos adentro, otros afuera y alguna que otra persona que no parecía estudiante. En todos los portones había policías. A COPU, donde hubiese tenido clase ni intenté entrar. Estoy algo mayorcita ya para brincar vallas de pupitres y más todavía para correr frente a la policía si hiciese falta. Por demás, llamé a la oficina y me confirmaron que no había estudiantes en la Escuela.

Lo que vi en los portones me pareció un cuadro patético por varias razones, dos principales. Llevo ya tantos años en la UPR que he pasado por varias huelgas y más que uno y otro paro. Nunca había encontrado vallas de pupitres vacíos y ese vacío administrado por la policía me pareció significativo. En ocaciones anteriores los portones cerrados estaban atendidos por piquetes de estudiantes, trabajadores y profesores, muchos. Como cuestión de principio yo no cruzo piquetes. Es lo mismo una valla de pupitres vacíos? Creo que no. Algunos colegas trataron infructuosamente de acceder al recinto por la entrada de la calle Mariana Bracetti. Allí había dos o tres estudiantes que insistieron en que no dejarían pasar a nadie. Qué hubiesen hecho si alguna persona hubiese insistido? No lo sé. Sí sé que el grupo de colegas allí reunidos y con los cuales conversé sostienen las más diversas posturas sobre la situación de la UPR, la huelga, el paro de ese día y las posibles soluciones a esa crisis a corto y largo plazo. Ante la negativa de los estudiantes ninguno se obstinó en entrar. Me parece trágico y me resultan dolorosas esas vallas silentes de pupitres vacíos. También la negativa rotunda de los pocos estudiantes que sí estaban en la entrada de la Facultad de Ciencias Sociales a la solicitud de varios profesores de entrar al recinto. Insisto: no había piquetes, sólo pupitres vacíos y volcados, algún madero que otro, troncos de árboles, dos o tres estudiantes paseándose de lado a lado. Estoy segura que si hubiese habido piquetes, piquetes masivos de estudiantes, ninguno de los profesores allí presentes, al menos los que yo conozco, hubiese pretendido entrar. Creo que deberíamos reflexionar y analizar con cuidado esta nueva forma de impedir el acceso al recinto. No me parece una mera contingencia, no es una bobada, no es una trivialidad. Dónde estaban los estudiantes? Cierto, al recinto no fueron ese día. Por qué sería? No creo que por respaldo a la huelga, en cuyo caso hubiesen estado como en otras ocasiones, al otro lado de las vallas, dando cara, demostrando el entusiasmo que tienen los jóvenes cuando protestan clamando por justicia, por derechos, por lo que entienden es bueno y correcto. Los conozco, hablo con ellos día a día, los he acompañado en múltiples ocaciones. Creo que ya es hora de que el liderato de las muchas organizaciones estudiantiles del momento tomen nota de esta situación y desarrollen unas tácticas y estrategias de lucha nuevas.

Nadie duda, nadie que tenga buena fe y sano juicio, de que la Universidad pasa por una grave crisis. Nadie puede dudar de los matices políticos que tiene y de que algo hay de cierto en los tan debatidos y machacados de orden financiero. Nadie duda de que las críticas de la Middle States sobre la incapacidad administrativa son ciertas. A lo cual añado, asunto que muchos colegas no quieren reconocer, que los docentes también hemos aportado a la crisis de orden institucional más que nada por la dejadez, el silencio, la dispersión ante la crisis y no de ahora, desde hace muchos años. Charlamos mucho, a veces despotricamos, otras hacemos críticas razonadas, bien pensadas. Pero todo esto en la tertulia del café, en las fiestas con el vinillo, en los encuentros fortuitos callejeros. Algunos escribimos sobre lo que pensamos, sí. Lo que nos falta es el tesón y la capacidad para organizarnos, sumar unos y otros, aceptar nuestras diversidades, no insistir en la homogeneidad de posiciones pero sí aclarar los principios que todos reconocemos como base y sostén esencial de la vida universitaria. Lo que nos falta es una organización basada en un discurso válido no para tiempos pasados sino para el mundo de hoy, este que habitamos y que habitan nuestros estudiantes. Como me mencionó recientemente un colega de la Facultad de Humanidades esto requiere profundidad política cosa que desgraciadamente no es muy común hoy día. Y como sosteníamos este colega y yo hoy el asunto de la UPR desborda los recintos y salones de clase. Es un problema político de definición de los fundamentos de nuestra sociedad. Quizá las crisis universitarias siempre han reflejado estos dilemas y rompecabezas. Hoy día algunos dilemas y rompecabezas son parecidos a los viejos, otros muy nuevos, producto histórico de todos los cambios sociales del último medio siglo. Como quiera ya es hora de juntar conocimientos, posturas, hora de pensar nuestra sociedad, apalabrar lo que pensamos y que el proceso nos conduzca a una acción significativa para recrear una universidad que desde la libertad de cátedra, la autonomía, la participación democrática, la reconstrucción y creación de los espacios necesarios para que esta participación pueda darse y claro está, desde una política pública que refrende nuestra actividad de investigación, creación de nuevos conocimientos y enseñanza podamos servir a la sociedad de la cual formamos parte.

Voy al segundo patetismo, la presencia de la policía. Recuerdan aquella campaña de publicidad que aseguraba que el policía es tu amigo? Qué pasó con ese amigo? Ahora lo que escucho constantemente es que viene a imponer la ley y el orden. Los amigos resulta que no imponen nada, mucho menos la ley y el orden y menos aún en una sociedad que se llama a si misma democrática y pretende serlo. Creo que en las sociedades democráticas –reconozco que a menudo, del dicho al hecho va un buen trecho– aún se supone que la ley y el orden son autoimpuestas por los ciudadanos. En las sociedades de masa como la nuestra el cuerpo de la policía hace falta para ayudar a la ciudadanía, para auxiliar, asistir al ciudadano, para defender las leyes que hemos creado. Son necesarios, pero desgraciadamente y de ello puedo dar fe, su papel ciudadano no se cumple a menudo. Prima el chovinismo patriarcal. Me encantaría leer lo que el genial Barthes podría decir de ese policía pompeao, uniformado con un traje dos tamaños más pequeño del que debería usar, armado hasta los dientes,con un flamante escudo muy moderno, haciendo gala del gran machote que se cree ser. Muy aplicable –le gustaban las paradojas– la definición bartheana de los gángsters: 'Hechos como la muerte de un hombre'. (Mitologías) Qué hacen esos gángsters en nuestra Universidad? Cuál es la ley y el orden que intentan imponer? Me parece que su ley y su orden no me convocan, nada tienen que ver con mi mundo, el universitario. Por qué, entonces están allí? Van y vienen y ojalá fuera como los Reyes Magos con gran cautela. Eso sí, sus pasos los debemos mirar siempre. Que nos dicen esos pasos sobre los fundamentos de nuestra sociedad? El insigne pedagogo que fue Francisco Giner de los Ríos, quien también tuvo que luchar para evitar la destrucción de los principios universitarios, alguna vez dijo que la universidad es la conciencia ética de la vida. Eso nos ocurre, hemos perdido la conciencia ética de la vida? Quizá las contestaciones a estas interrogantes también requieran autocrítica reflexiva de parte tanto de los estudiantes como de los profesores. Qué nos dice esa presencia antiética, antiintelectual, antiuniversitaria sobre nosotros mismos como universitarios, como ciudadanos? Pienso que no estamos limpios de toda culpa, en algo hemos fallado. Seremos capaces de superar esta etapa tan patética?

*La autora es catedrática de la Universidad de Puerto Rico.